Vamos a presentarnos brevemente:
El MIEEL, Movimiento instituyente de esquizoanálisis y
esquizodrama libertario, es un movimiento de estudiantes anarquistas
cuya principal práctica es la psicoterapia revolucionaria. La
psicoterapia revolucionaria tiende, por un lado, al tratamiento del
sufrimiento, y por otro, a la liberación y producción de flujos de deseo
revolucionario. Ambas tareas se enmarcan en un proceso general que
tiende a producir líneas de fuga en el sistema estatal y capitalista
hasta hacerlo reventar en mil pedazos, habilitando así un espacio para
la producción de vida y libertad, sosteniendo un paradigma ético y
estético, así como un proyecto autogestionario, federativo y autonómico
de los trabajadores, de la clase oprimida.
Oratoria:
El Estado es uno de los dispositivos de poder por excelencia.
Dentro de él encontramos múltiples instituciones a través de las cuales
se manifiestan las relaciones de poder. La prisión, la policía, la
familia, la universidad, las fuerzas armadas, el matrimonio, y muchas
más, pero nosotros quisiéramos poner el acento en una de esas
instituciones en particular, el manicomio, y dentro de ella, el poder
que ejercen las ciencias del psiquismo, tanto la psiquiatría como la
psicología, en contra de aquello que no pueden capturar con sus lógicas
de encierro, aquello que escapa a las lógicas del capital y del estado,
eso que se llama locura.
Estamos convencidos que la psicoterapia no debe, únicamente, abocarse al tratamiento del sufrimiento humano, sí somos conscientes de que esta es una tarea muy importante y necesaria, pero también somos consientes de que la psicoterapia debe tender a otros fines, precisamente a la liberación de los flujos de deseo revolucionario, flujos deseantes que en este sistema son coartados por las restricciones sociales, estatales, gubernamentales, partidarias, familiares, por todo tipo de prohibiciones y de manipulaciones subjetivas, en la producción social de lo que pensamos y de lo que sentimos. Entonces creemos que una tarea fundamental de la psicoterapia es la de liberar y la de producir deseos revolucionarios, deseos de apropiación de la propia existencia, de nuestra propia vida, deseos autonómicos y autogestivos, de altivez, de lucha, de solidaridad, de apasionamiento, de libertad, de rebeldía, de parresia, en una palabra, deseos revolucionarios, y es por eso que hemos dado en llamar a nuestras prácticas psicoterapia revolucionaria.
El loco, ese que por su devenir escapa, ese que no es masa homogénea, que no es rebaño, es un individuo peligroso. Sí, pero contra qué, contra quién. El Poder dice que el loco es peligroso, pero el loco no es peligroso a nivel individual o social, sino que es alguien desviado de la norma, del sistema de normalización intrínseco a la axiomática del Estado y del Capital. El discurso y los actos del loco son peligrosos, porque el loco deviene otro, deviene hombre, mujer, deviene lobo, planeta, cosmos, deviene de mil maneras libres, insensible al carácter neurótico del Estado y al modo de ser fronterizo del Capital. El loco, al librarse de la codificación del sistema, hace lo que quiere; viste, come, caga, ama, grita, llora y canta como quiere, cuando quiere y donde quiere, es imprevisible, es peligroso, sí, claro que lo es, pero para el orden instituido, para el sistema estatal y capitalista instituido. Entonces el loco no es peligroso a nivel personal o social, es peligroso a nivel sistémico, es un contra sistema, el loco es, por su condición, un revolucionario.
La locura, pensamos, es el límite del sistema capitalista y del Estado, es el último reducto incodificable para el capital y para el gobierno.
Entonces si nosotros, los que estamos acá, y todos aquellos de nosotros, los luchadores de la libertad, que están desperdigados por el mundo, si nosotros, decimos, si logramos devenir locos en virtud de mundos nuevos, mundos inimaginables, impensables para el limitado psiquismo de la burguesía estatista, si logramos trascender la rigidez y la chatura neurótica, si logramos desembarazarnos de las ansiedades paranoides, y si logramos poner nuestra alma en virtud de lo loco, de lo libre, si practicamos la alegría y el erotismo, si nos desprendemos de todos los yugos edípicos y fálicos, si derribamos todos los ídolos celestes y terrenos, si logramos que nuestro deseo libertario se propague, si logramos, en una palabra, crear un campo social de deseo revolucionario donde practiquemos las formas de ser que deseamos, entonces ese mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones estará creciendo de una manera real y concreta, estaremos haciéndole múltiples fugas al sistema estatal y capitalista, y cuando logremos que reviente en mil pedazos, ya estaremos aprendiendo a ser libres.
Estamos convencidos que la psicoterapia no debe, únicamente, abocarse al tratamiento del sufrimiento humano, sí somos conscientes de que esta es una tarea muy importante y necesaria, pero también somos consientes de que la psicoterapia debe tender a otros fines, precisamente a la liberación de los flujos de deseo revolucionario, flujos deseantes que en este sistema son coartados por las restricciones sociales, estatales, gubernamentales, partidarias, familiares, por todo tipo de prohibiciones y de manipulaciones subjetivas, en la producción social de lo que pensamos y de lo que sentimos. Entonces creemos que una tarea fundamental de la psicoterapia es la de liberar y la de producir deseos revolucionarios, deseos de apropiación de la propia existencia, de nuestra propia vida, deseos autonómicos y autogestivos, de altivez, de lucha, de solidaridad, de apasionamiento, de libertad, de rebeldía, de parresia, en una palabra, deseos revolucionarios, y es por eso que hemos dado en llamar a nuestras prácticas psicoterapia revolucionaria.
El loco, ese que por su devenir escapa, ese que no es masa homogénea, que no es rebaño, es un individuo peligroso. Sí, pero contra qué, contra quién. El Poder dice que el loco es peligroso, pero el loco no es peligroso a nivel individual o social, sino que es alguien desviado de la norma, del sistema de normalización intrínseco a la axiomática del Estado y del Capital. El discurso y los actos del loco son peligrosos, porque el loco deviene otro, deviene hombre, mujer, deviene lobo, planeta, cosmos, deviene de mil maneras libres, insensible al carácter neurótico del Estado y al modo de ser fronterizo del Capital. El loco, al librarse de la codificación del sistema, hace lo que quiere; viste, come, caga, ama, grita, llora y canta como quiere, cuando quiere y donde quiere, es imprevisible, es peligroso, sí, claro que lo es, pero para el orden instituido, para el sistema estatal y capitalista instituido. Entonces el loco no es peligroso a nivel personal o social, es peligroso a nivel sistémico, es un contra sistema, el loco es, por su condición, un revolucionario.
La locura, pensamos, es el límite del sistema capitalista y del Estado, es el último reducto incodificable para el capital y para el gobierno.
Entonces si nosotros, los que estamos acá, y todos aquellos de nosotros, los luchadores de la libertad, que están desperdigados por el mundo, si nosotros, decimos, si logramos devenir locos en virtud de mundos nuevos, mundos inimaginables, impensables para el limitado psiquismo de la burguesía estatista, si logramos trascender la rigidez y la chatura neurótica, si logramos desembarazarnos de las ansiedades paranoides, y si logramos poner nuestra alma en virtud de lo loco, de lo libre, si practicamos la alegría y el erotismo, si nos desprendemos de todos los yugos edípicos y fálicos, si derribamos todos los ídolos celestes y terrenos, si logramos que nuestro deseo libertario se propague, si logramos, en una palabra, crear un campo social de deseo revolucionario donde practiquemos las formas de ser que deseamos, entonces ese mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones estará creciendo de una manera real y concreta, estaremos haciéndole múltiples fugas al sistema estatal y capitalista, y cuando logremos que reviente en mil pedazos, ya estaremos aprendiendo a ser libres.