Luna
21 05 2013
21 05 2013
El pasado 20 de mayo tuvo lugar una vez más en la ciudad de Montevideo y en varias otras ciudades del interior del país, la Marcha del Silencio por Verdad y Justicia.
La marcha de este año se abrió con una pregunta: ¿quienes son los responsables?
Sin duda alguna la marcha del silencio es la manifestación más importante en nuestro país después de 18 años y que se mantiene en forma constante en cuanto a la participación masiva por parte del pueblo uruguayo.
Este año se hicieron sentir otras voces que hablaron para expresar la indignación frente a tanta impunidad, pero ahora ya señalando al propio gobierno y toda la clase política como cómplice. Recordemos que cuando en el parlamento debió votarse la anulación de la ley de caducidad los votos de los legisladores no estuvieron.
Hoy algunos familiares de detenidos desaparecidos rompen el silencio para mostrar al mismísimo ministro de Defensa, Eleuterio Fernández Huidobro como un obstaculizador para que la Jueza Mariana Mota, pudiera proseguir con las investigaciones de crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico militar.
Una vez terminada la Marcha del Silencio un grupo de personas llevó adelante un caceroleo delante de la Suprema Corte de Justicia.
Más allá de considerar la oportunidad o no de las metodologías en este caso, queremos detenernos en este punto para reflexionar acerca del silencio que nuestra sociedad ha interiorizado durante la dictadura, a tal punto que ello ha creado hasta el día de hoy una mordaza, a fin de que ninguna voz crítica se levantara.
Cuarenta años de silencio e impunidad son demasiados, como para dejarlos pasar sin ponernos a pensar.
¿Cómo fue posible de que la izquierda, o lo que alguna vez lo fue, tardara tanto en preocuparse realmente por el tema terrorismo de estado? ¿Por qué muchas denuncias sobre torturas recién hoy salen a luz?
¿Cómo es esto de haber convivido en soledad con los fantasmas de las violaciones, la muerte, las desapariciones?
¿Por qué fue posible cohabitar y seguir haciéndolo con los torturadores?
¿Cómo tanta gente ha podido conciliar el sueño y otros perderse en la eterna noche del silencio?
¿Qué es lo que hoy habilita que en cualquier manifestación sean reprimidos aquellos que ya no pueden contener tanta indignación?
Vivimos en una sociedad que ha hecho que cada uno de nosotros se transforme en un represor del otro. Pero esto, ¿de dónde arranca si no de la tortura y el silencio impuesto por el terror?
Sí, silencio de las delaciones, los pactos, los intereses de poder; el silencio que crea desconfianza y nos encierra.
Nos han aislado y nos han enfrentado los unos a los otros. Lo que es peor que por el camino se fueran perdiendo principios, esto construyó otro sujeto ideológicamente asimilado al sistema del opresor. Es así que han matado las ideas y es por ello que estamos empantanados.
La perversidad de los torturados estuvo al servicio de la destrucción de toda idea de cambio en la sociedad.
Esto es algo que no podemos perder de vista, porque es la única forma que tenemos de volver a encontrarnos con nosotros mismos.
La parálisis que adolece nuestra sociedad se cristalizó porque lo que impusieron con el terror, es que nada era posible de cambiar y este es el discurso dominante que tenemos hoy; vale decir el discurso único y el individuo que no piensa.
El primer paso para romper el silencio y la impunidad tal vez sea el volver a recuperar la palabra. Pero una palabra que respete los tiempos de cada colectivo, que se ubique en el justo lugar y momento.
Faltan los afectos entre los que luchan por las mismas causas; esto tal vez sea, el elemento fundamental para que el eco de las mismas alcance a expandirse por todos los rincones.