lunes, 23 de noviembre de 2009

VIERNES DE PENSAMIENTO 16 /10/09 texto3

VIERNES DE PENSAMIENTO  16 /10/09

¿Cómo conocemos?, ¿cómo pensamos?

Texto 3

El nuevo concepto de cognición es pues mucho más amplio que el de pensamiento. Incluye percepción, emoción y acción: todo el proceso vital. En el reino humano, la cognición incluye también lenguaje, pensamiento conceptual y todos los demás atributos de la conciencia humana. El concepto general, no obstante, es más amplio y no incluye necesariamente el pensamiento. 

La “teoría de Santiago” ofrece un marco conceptual que enfrenta a la división cartesiana: materia y mente ya no aparecen como pertenecientes a dos categoría separadas, sino que son vistas como representantes de dos aspectos meramente diferentes, o dimensiones, del mismo fenómeno de la vida. La caracterización de la mente hecha por Descartes, como la “cosa que piensa” (“res cogitans”) es abandonada. La mente no es ya una cosa, sino un proceso: el proceso de cognición que se identifica con el proceso de la vida. El cerebro es una estructura específica a través de la cual este proceso opera. La relación entre mente y cerebro es pues una relación entre proceso y estructura; una relación interdependiente.

LA TEORÍA DE SANTIAGO

La teoría de Santiago de la cognición tuvo su origen en el estudio de redes neuronales y

desde su mismo principio ha esta, vinculada al concepto de autopoiesis de Maturana. La cognición, según Maturana, es la actividad involucrada en la autogeneración y autoperpetuación de redes autopoiésicas. En otras palabras, la cognición es el propio proceso de la vida. «Los sistemas vivos son sistemas cognitivos», escribe Maturana, «y la vida como proceso es un proceso de cognición.»

Puesto que la cognición se define tradicionalmente como el proceso del conocimiento, debemos ser capaces de describirla en términos de las interacciones de un organismo con su entorno. Esto es efectivamente lo que hace la teoría de Santiago. El fenómeno específico que subyace en el proceso de cognición, es el acoplamiento estructural. Como hemos visto, un sistema autopoiésico sufre cambios estructurales continuos, preservando al mismo tiempo su patrón de organización en red. En otras palabras. se acopla a su entorno estructuralmente mediante interacciones recurrentes, cada una de las cuales desencadena cambios estructurales en el sistema.

No obstante, el sistema permanece autónomo; el medio sólo desencadena los cambios estructurales, no los especifica ni dirige.

Ahora bien, el sistema vivo no sólo especifica estos cambios estructurales, sino que especifica también qué perturbaciones del medio los desencadenarán. Ésta es la clave de la teoría de Santiago de la cognición. Los cambios estructurales del sistema constituyen actos de cognición.

Al especificar qué perturbaciones del medio desencadenan sus cambios, el sistema «da a luz un mundo», como dicen Maturana y Varela. La cognición no es pues la representación de un mundo con existencia independiente, sino más bien un constante alumbramiento de un mundo a través del proceso de vida. Las interacciones del sistema vivo con su entorno son interacciones cognitivas y el proceso de vida mismo es un proceso de cognición. En palabras de Maturana y Varela: «Vivir es conocer»

Resulta obvio que tratamos aquí con una extensión radical del concepto de cognición e implícitamente del de mente. En esta nueva visión, la cognición comprende el proceso completo de vida -incluyendo la percepción, la emoción y el comportamiento- y no requiere necesariamente un cerebro y un sistema nervioso. Incluso las bacterias perciben ciertos cambios en su entorno. Notan las diferencias químicas de sus alrededores y en consecuencia nadan hacia el azúcar y se alejan del ácido; notan y evitan el calor, se alejan de la luz o se aproximan a ella e incluso algunas pueden detectar campos magnéticos. Así, hasta una bacteria alumbra su propio mundo, un mundo de frío y calor, de campos magnéticos y de pendientes químicas. En todos estos procesos cognitivos, la percepción y la acción son inseparables y, dado que los cambios estructurales y las acciones asociadas que se desencadenan en un organismo dependen de su estructura, Francisco Varela describe la cognición como «acción corporeizada».

De hecho, la cognición comprende dos clases de actividades inextricablemente vinculadas: el mantenimiento y continuación de la autopoiesis y el alumbramiento de un mundo. Un sistema vivo es una red múltiplemente interconectada, cuyos componentes están cambiando constantemente, siendo transformados y reemplazados por otros componentes. Existe una gran flexibilidad y fluidez en semejante red, que permiten al sistema responder a las perturbaciones o «estímulos» del entorno de un modo muy especial. Ciertas perturbaciones desencadenan cambios estructurales específicos, es decir, cambios en la conectividad a través del sistema. Éste es un fenómeno distributivo; toda la red responde a una perturbación seleccionada reajustando sus patrones de conectividad.

Organismos distintos cambian de modo diferente y a lo largo del tiempo cada organismo forma su único e individual camino de cambios estructurales en el proceso de desarrollo. Puesto que estos cambios estructurales son actos de cognición, el desarrollo está siempre asociado al aprendizaje. De hecho, desarrollo y aprendizaje son dos caras de la misma moneda, ambos son expresiones del acoplamiento estructural.

No todos los actos físicos de un organismo son actos de cognición. Cuando parte de un diente de león es comida por un conejo, o cuando un animal sufre heridas en un accidente, estos cambios estructurales no están especificados y dirigidos por el organismo, no son cambios elegidos y por tanto no constituyen actos de cognición. No obstante, estos cambios físicos impuestos van acompañados de otros cambios estructurales (percepción, respuesta del sistema inmunológico, etc.) que sí son actos de cognición.

Por otro lado, no todas las perturbaciones del entorno causan, cambios estructurales. Los organismos vivos responden sólo a una fracción de los estímulos que les atañen. Sabemos que podemos ver u oír fenómenos únicamente dentro de un determinado campo de frecuencias; a menudo no nos percatamos de cosas y sucesos de nuestro entorno que no nos conciernen.

Sabemos también que lo que percibimos está ampliamente condicionado por nuestro marco conceptual y nuestro contexto cultural.

En otras palabras, existen muchas perturbaciones que causan cambios estructurales en el sistema porque le son «extraños». De este modo, cada sistema construye su propio y distinto mundo, de acuerdo con su propia y distinta estructura. Como dice Varela: «La mente y el mundo emergen juntos.» No obstante, a través del acoplamiento estructural mutuo, los sistemas vivos individuales son parte de cada uno de los mundos de los demás. Se comunican y coordinan su comportamiento. Hay una ecología de mundos alumbrados por actos de cognición mutuamente coherentes.

En la teoría de Santiago, la cognición es parte integrante del modo en el que un organismo vivo interactúa con su entorno. No reacciona a los estímulos ambientales mediante una cadena lineal de causa y efecto, sino que responde con cambios estructurales en su red no lineal, organizativamente cerrada y autopoiésica. Este tipo de respuesta capacita al sistema para proseguir con su organización autopoiésica y continuar en consecuencia viviendo en el medio. Dicho de otro modo, la interacción cognitiva del sistema con su entorno es una interacción inteligente. Desde la perspectiva de la teoría de Santiago, la inteligencia se manifiesta en la riqueza y flexibilidad del acoplamiento estructural de un sistema.

El campo de interacciones que un sistema vivo puede tener con su entorno define su «territorio cognitivo». Las emociones son parte integrante de este territorio. Por ejemplo, cuando respondemos a un insulto enfadándonos, todo el patrón de procesos psicológicos -cara roja, respiración acelerada, temblor, etc.- es parte de la cognición. De hecho, investigaciones recientes indican firmemente que hay un colorido emocional para cada acto cognitivo.

A medida que aumenta el grado de complejidad de su sistema vivo, se incrementa su territorio cognitivo. El cerebro y el sistema nervioso en particular representan una expansión significativa del territorio cognitivo de un organismo, ya que incrementan mucho el campo y diferenciación de sus acoplamientos estructurales. A un cierto nivel de complejidad, un organismo vivo se acopla estructuralmente no sólo a su entorno, sino consigo mismo, alumbrando así tanto un mundo exterior como otro interior. En los seres humanos, el alumbramiento de dicho mundo interior está íntimamente vinculado con el lenguaje, el pensamiento y la consciencia.

SIN REPRESENTACIÓN, NO HAY INFORMACIÓN

Formando parte de una concepción unificadora de vida, mente y consciencia, la teoría de Santiago de la cognición comporta profundas implicaciones para la biología, la psicología y la filosofía, de entre las cuales su contribución a la epistemología -la rama de la filosofía que estudia la naturaleza de nuestro conocimiento del mundo- constituye quizás el aspecto más polémico.

La característica particular de la epistemología implícita en la teoría de Santiago está en relación con una idea comúnmente implícita en la mayoría de epistemologías, pero raramente mencionada de forma explícita: la idea de que la cognición es una representación de un mundo con existencia independiente. El modelo informático de la cognición como procesamiento de datos era meramente una formulación específica -basada en una analogía errónea- de la idea más general de que el mundo viene dado y es independiente del observador, ocupándose la cognición de las representaciones mentales de sus características objetivas dentro del sistema cognitivo. La imagen general, según Varela, es la de un «agente cognitivo soltado en paracaídas sobre un mundo predeterminado» y extrayendo sus características esenciales a través de un proceso de representación.

Según la teoría de Santiago, la cognición no es una representación de un mundo independiente y predeterminado, sino más bien el alumbramiento de un mundo. Lo que un organismo particular da a luz en el proceso de vida, no es el mundo sino un mundo determinado y siempre dependiente de la estructura del organismo. Puesto que los organismos individuales dentro de una misma especie tienen estructuras parecidas, alumbran mundos similares. Nosotros, los humanos, compartimos además un mundo abstracto de lenguaje y pensamiento a través del cual creamos juntos nuestro propio mundo.

Maturana y Varela no nos dicen que hay un vacío ahí fuera del que creamos materia. Existe para ellos un mundo material, pero carece de características predeterminadas. Los autores de la teoría de Santiago no afirman que «nada existe», sino que «no existen cosas» independientes del proceso de cognición.* No hay estructuras objetivamente existentes, no existe un territorio predeterminado del que podamos levantar un mapa: es el propio acto de cartografiar el mundo quien lo crea.

Sabemos por ejemplo que gatos y pájaros pueden ver los árboles, pero de modo muy distinto de como los vemos nosotros, puesto que perciben distintas franjas del espectro luminoso.

Así, las formas y texturas de los «árboles» que ellos crean serán muy distintas de las nuestras.

Cuando vemos un árbol, no nos estamos inventando la realidad, pero el modo en que delineamos objetos e identificamos patrones de entre la multitud de estímulos sensoriales que recibimos, depende de nuestra constitución física. Como dirían Maturana y Varela, el modo en que podemos acoplamos estructuralmente a nuestro entorno y el mundo que en consecuencia creamos dependen de nuestra propia estructura.

Junto con la idea de representaciones mentales de un mundo independiente, la teoría de Santiago rechaza también la de la información como algunas características objetivas de este mundo independiente. En palabras de Varela: Debemos cuestionar la idea de que el mundo nos viene dado y que la cognición es representación. En ciencia cognitiva, ello significa que debemos cuestionar la idea de que la información está ahí preparada en el mundo y es extraída de éste por un sistema cognitivo.

El rechazo de la representación y el de la información como elementos relevantes en el proceso del conocimiento resultan difíciles de aceptar, puesto que utilizamos ambos conceptos continuamente. Los símbolos de nuestro lenguaje, tanto hablado como escrito, son representaciones de cosas e ideas. En nuestra vida cotidiana consideramos hechos tales como la hora, la fecha, la previsión meteorológica o el teléfono de un amigo como fragmentos de información relevantes para nosotros. De hecho, nos referimos a toda nuestra era como la «de la información». Así, ¿cómo pueden Maturana y Varela afirmar que no existe información en el proceso de cognición?

Para comprender esta cuestión aparentemente incomprensible, debemos recordar que para los seres humanos la cognición incluye el lenguaje, el pensamiento abstracto y conceptos simbólicos inaccesibles a otras especies. Como veremos, la capacidad de abstracción es una característica clave de la consciencia humana, que nos permite utilizar representaciones mentales, símbolos e información. No obstante, éstas no son características generales de los procesos de cognición comunes a todos los sistemas vivos. Si bien como humanos utilizamos a menudo representaciones mentales e información, nuestro proceso cognitivo no se basa en ellas.

Para alcanzar una adecuada perspectiva sobre estas ideas, resulta muy instructiva una atenta mirada al significado de «información». La idea convencional es que la información está de algún modo «ahí fuera», para ser recogida por el cerebro. Semejante información, no obstante, será una cantidad, un nombre, una breve frase extraída de una completa red de relaciones o contexto del que forma parte y al que otorga significado. Cuando semejante «hecho» es parte de un contexto estable con el que nos encontramos con cierta regularidad, lo extraemos de él, lo asociamos con el significado inherente a dicho contexto y lo llamamos «

Por ejemplo, no hay nada «informativo» en el color rojo excepto que, inmerso en una red cultural de convencionalismos y en la red tecnológica del tráfico urbano, se asocia con la obligatoriedad de detenerse en un cruce. Un semáforo en rojo muy probablemente no significaría nada especial para alguien de una cultura muy distinta a la nuestra que visitase una de nuestras ciudades. No habría en él información asociada. De forma parecida, la hora y la fecha están extraídas de un complejo contexto de conceptos e ideas, incluyendo un modelo de sistema solar, observación astronómica y convenciones culturales.

 Tomado de La trama de la vida, Capra, F. 1998, Barcelona: Ed. Anagrama.