Luis E. Sabini Fernández
En primer lugar, debemos comprobar que las formas más radicales y revolucionarias para cumplir semejante objetivo han ido siendo dejadas de lado; el arrollamiento directo, por ejemplo, hoy día únicamente a cargo de algunos ortodoxos que siguen reclamando el uso exclusivo de las calles y avenidas para el automovilismo.
Nos hemos ido dando cuenta que esa postura no tiene buena prensa y por eso nos hemos ido enriqueciendo con un arco de posibilidades mucho mayor, y que podemos alojar no sólo directamente en la liza en disputa sino en muchos otros ámbitos, algunos totalmente abstractos o administrativos, pero que tienen mucho peso a la hora de obtener nuestros objetivos.
Sin agotar su enumeración: seguir manteniendo cruces con semáforos solo para autos. El peatón allí es ignorado por completo y dado que todavía existen, tienen que arreglárselas por sí mismos para cruzar en los intersticios entre rojas y verdes, con márgenes de error que siempre cargarán en su contra si finalmente son atropellados;
Hay cada vez más ejemplares del peatonado que están haciendo conciencia de que al cruzar caminando derecho deberían tener preferencia sobre automovilistas si éstos doblan. Ese poder, que muchos peatones usan descaradamente no hacen sino atrasar nuestra marcha y nos despoja de un derecho que legítimamente habíamos obtenido por el uso, hasta un pasado bien reciente.
Es una lucha difícil. En la capital estamos a punto de perder definitivamente esa batalla. Pero en el Gran Buenos Aires, nuestros derechos siguen imponiéndose. Y tenemos que estar particularmente alertas para que el peatonado bonaerense no contraiga los procederes porteños, porque en tal caso el retroceso nuestro será muy costoso.
En las zonas que no están destinadas a hacer caja para la policía y las redes empresarias que controlan el negocio de los estacionamientos, es decir prácticamente en todo el AMBA, salvo el microcentro, Recoleta, Barrio Norte y poco más, es importante defender nuestros derechos al estacionamiento libre incluyendo los bordes de las rampas, por ejemplo, ya que el automovilismo ha perdido ya mucho espacio con la aparición de los molestosos contenedores de residuos.
Igualmente, en veredas particularmente estrechas, es nuestro derecho estacionar en ellas transversalmente haciendo que los peatones bajen el cordón aunque anden en sillas de ruedas, con changuitos, en bici o se muevan con dificultad.
Un fenómeno nos está cercenando a nosotros, a quienes con sus impuestos sostenemos prácticamente toda la estructura vial urbana: el avance del bicicleterío. No sólo molestan todo el tiempo; eso se podría decir hasta de los motociclistas, pero ésos al menos están motorizados, como nosotros y hacemos un culto común a la velocidad. Los ciclistas ni eso. Apenas al aire puro y excusas para no gastar en gimnasio. El aire más puro se consigue con aire acondicionado, como lo sabe cualquier automovilista que haya tenido la fortuna de conducir un vehículo de los modernos. Y el físico se cuida óptimamente en un gimnasio con entrenadores que nos guían científicamente.
¡Viva el automovilismo rey de rutas, calles, senderos… y avenidas!