por Aída Perugino
Cuando estaba en segundo grado, vi por la tele unas máquinas que aplastaban casas en blanco y negro, vi a otros nenes y a personas grandes que lloraban y corrían cargando colchones. Asustada le pregunté a mi mamá qué pasaba, no me acuerdo qué me contestó.
Pasaron treinta y siete años, ayer amanecí viendo máquinas amarillas que aplastaban casas.
Hace casi cuatro décadas que las topadoras, parecen ser el único modo de solucionar el problema de la miseria acampada en terrenos impropios.
Pasaron militares, juicios, democráticos, liberales, indultos, progresistas, cacerolas, populares, garantistas. Y siguen las topadoras, las caminatas de los colchones, y los nenitos mirando todo.
En la fachada de un allanamiento, estamparon un desalojo. Tras la foto de una nena muerta, se legitimaron. No tienen vergüenza.
El sociólogo Vincent de Gaulejac, siguiendo a Sartre, plantea que la vergüenza es constituyente de la humanidad, que nos permite vincularnos al otro como semejante y nos confronta con la verdad de nosotros mismos, nos humaniza. Es la experiencia del vínculo social, es tener en cuenta la experiencia del otro a través de su mirada. Es un afecto subjetivante que nos otorga un lugar frente a los otros.
Una de las funcionarias que habló para las cámaras, celebró lo realizado diciendo que, ni los narcos, ni las mafias, se van a apropiar de un espacio público.
Allanar, es meterse en una casa para investigar un presunto delito.
Ya no queda nadie en las casas, ni las casas quedan,no hay ningún detenido por otro delito, que no sea el de resistirse a la autoridad que los desalojó de un espacio que es público.
Los responsables de la seguridad, cada uno a su turno, con distintos colores pero con el mismo objetivo, se ufanaron que había sido un operativo con total normalidad, que era un desalojo sin violencia. ¿Puede un desalojo ser sin violencia? ¿Es posible que alguien sin más y con toda normalidad deje su casa, la que construyó a ladrillo chapa y cemento, a puro cuerpo, que deje todas sus cosas para mirar junto a los suyos cómo amablemente se la aplasten?
Las fuerzas de seguridad se cuidaron entre ellas, vigilaron por tierra y por aire un operativo que abiertamente dijeron no darían a ver, sólo mostraron algunos de sus resultados. Contaron en voz alta e indignados, las tres muertes que ese lugar ya se habría cobrado. Y hasta recibieron aplausos de algunos vecinos que se sintieron más seguros, decían que,ahora las víctimas iban a poder descansar en paz
La misma funcionaria agregó que, cuando se termine la nivelación y limpieza del terreno se habrá logrado el objetivo.
Como no es posible limpiar ni nivelar, en el anochecer, muchas familias esperaban al borde de la avenida, o más bien, no esperaban nada. El encargado de la empresa contratada para la limpieza final, se quejaba por la gente que todavía quedaba, le estorbaban el cumplimiento de su tarea.
Los funcionarios de la nación dijeron que nos quedáramos tranquilos porque los de la ciudad, seguramente, se iban a encargar de reubicar a la gente desubicada. Los mismos que se denunciaron entre sí por nunca hacerlo. Los mismos que hace cuatro años se comprometieron ante todos nosotros, y por las muertes que esa otra ocupación se habría cobrado, a ponerun peso uno, por cada peso que ponga el otro, para solucionar por fin, el problema de vivienda de los habitantes de la ciudad, fueran argentinos o extranjeros, todos ellos, por supuesto, ya bien censados.
Allanar, también es, hacer más fácil alguna dificultad.
Lo que hicieron ayer, ni más ni menos, fue pasarle por encima con una topadora a una villa miseria.
Porque este asentamiento como tantos otros era eso. Una villa miseria, es entre otras cosas, un lugar donde se junta mucha gente porque no tiene otro lugar mejor dónde estar, empieza siendo transitorio y no progresa. Donde hay trabajadores y delincuentes, abusos y abusados. Donde todos los días ocurren muertes. Se escucha cumbia y tiros. Se juntan poliladros con punteros, curas, pastores y pecadores. Se cobra noventa pesos por cada cien kilos de cartones, se cargan en el lomo cien kilos de cartones. En la villa se hace, y se hizo siempre, negocios con las tierras, es parte de su funcionamiento, de su subsistencia, de su legalidad interna. En todas las villas, no sólo los terrenos, sino también el aire y el agua están contaminados. Por eso las infecciones, las malformaciones, y esas enfermedades raras que se atienden tan poco. En todas las villas hay armas y droga, quiénes las venden y los que las padecen. Hay nenitos con las manos lastimadas por buscar entre la basura para comer. Hay gusanos en las panzas. Y hay tantas otras cosas. ¿Y afuera de ellas, qué hay?
Desalojar es sacarle a alguien el lugar. Allanar un desalojo, es desentenderse de una manera perversa de la complejidad del asunto de la miseria. Es ocultar de manera cruel las razones de su existencia.