Se nos fue el compañerazo Danilo Diaz.
Se fue, pero en la memoria de muchos estará siempre presente. Danilo,
aquí, en tu hogar libertario, tenés un lugar que no tiene tiempo.
Una mañana muy fría llegó la mala noticia. Inmediatemente tristeza y
recuerdos. Otro querido compañero que físicamente se nos iba. Sí,
enseguida llegan sin permiso muchos recuerdos, en ese momento envueltos
en nostalgia y dolor compañero.
-Vení que conversamos por acá, te voy a preguntar algunas cosas
–había leído un libro con historia sobre FAU que le despertó algunas
curiosidades.
-Aquella doble pared que hice en aquella casa donde paraba un
compañero clandestino, cayó, la encontraron finalmente los milicos –no,
le respondimos, hasta donde sabemos nunca fue ubicada. Quedó como parte
de la casa sin que se notara nada raro.
-Y el pozo rectangular, aquel sin mucha profundidad porque era para
guardar armas, que pasó con él –no nos consta que haya sido encontrado
le respondemos.
La conversación se llevaba a cabo en el fondo de la casa del Real de
San Carlos, cerca del pozo del agua y a unos pocos pasos de los árboles
frutales al que dedicaba tanto tiempo y podríamos decir que con cariño.
Es que Danilo era especialmente desconfiado, tomaba extremo cuidado para
conversar de ciertas cosas. Hacerlo dentro de una casa no le gustaba
nada. Por si las moscas.
Trabajador de la construcción de toda una vida, 40 años y pico, era
excelente en su oficio, había estado con total disposición y entrega en
aquellos años movidos. Con naturalidad y modestia hizo, sin preguntar
nunca nada, lo que los compañeros le pidieron: berretines chicos y
medianos y algún pozo. No preguntaba ni siquiera sobre la seguridad que
tenía el lugar donde estaba trabajando, así como era desconfiado para
tantas cosas daba total confianza a los compañeros con quienes estaba
tratando. Pocho Mechoso era quien lo trasladaba hasta el lugar de la
tarea.
-Quienes era aquellos compañeros jóvenes que me ayudaban en la
contrucción del “buco” en aquella casa que tenía un salón al frente
–eran el Gaucho Idilio de León y el “Plomito” Soba se le dijo. –No los
conocía de antes –agregó.
En muchos aspectos fue Danilo una persona singular. Conjugaba, de
manera poco común, su soledad con expresiones de generosa solidaridad.
Había ido extremando su independencia y finalmente disfrutó, a su
manera, de vida solitaria. El anarquismo, la lectura, el encuentro
periódico con compañeros, su casa del Real y la soledad fueron sus
amigos de todos los días en los últimos tiempos.
Solía pararse casi en el fondo de la casa, al lado del pozo, y se
quedaba mirando un rato todos aquellos árboles frutales que había
plantado y que a diario cuidaba. Aquel ateo empedernido tenía en esos
momentos una expresión casi religiosa en su rostro. Miraba esos árboles
como si esperara que alguno le dijera algo.
Aquellos 40 años de trabajador de la construcción le habían regalado
algunas costumbres que se manifestaban en su cotidiana vida. Seguía
haciendo el asado con cuatro pedazos de madera y en el suelo. Eso sí,
con una chapa como base ya que era sobre tierra. Esto resultaba, visto
desde afuera, un poco absurdo. Pues había construido un enorme horno
redondo y nada de parrillero. En su universo obrero el asado se hacía
sin parrillero.
Había construido su casa, en lo fundamental, durante años de trabajo y
en sus idas semanales al Real mientras trabajaba en Montevideo. Pero
él no la habitó. Siguió en la casa donde vivió con sus padres. “Esta la
tengo para que vengan compañeros y amigos”. Se la quisieron comprar más
de una vez y no la vendió. La plata no era para él un desvelo, apenas
algo, que hoy por hoy, se precisaba para vivir.
Uno de sus temas era el naturismo. La alimentación, el sol. Nada de
vicios. Junto a su sueño y conversaciones sobre una futura sociedad
justa y sin explotados estos temas ocupaban un lugar nada despreciable.
Sin dios, sin estado, sin burgueses, en solidaridad sería la vida del
futuro. Murió con esa esperanza. Su padre y su tío fueron militantes de
la vieja F.O.R.U. de allí le venía un clasismo incrustado en el alma, el
orgullo de haber pertenecido siempre a la clase trabajadora. De
aquellas influencias también su naturismo y antivicio. No obstante de
tanto en tanto durante encuentro fraternales con compañeros, haciendo
una concesión, tomaba un vaso de cerveza o un vaso de vino, eso sí,
bebida blanca de ninguna manera.
Le gustaban los versos y las payadas del Gaucho Molino. Cuando salía
la conversación sobre Molina más de una vez recordó la llegada de éste
al anarquismo. Episodio que lo tuvo a Danilo como protagonista. Decía:
-Estaba en el altillo de JJLL cuando siento golpear las manos en el
patrio –era el altillo donde funciona JJLL, el local de panaderos de la
calle Arequita y tenía un amplio patio, el altillo a un lado y al fondo
donde funcionaba la bolsa de trabajo del viejo sindicato de panaderos.
-Asomo la cabeza pa´ mirar quien era que golpeaba y veo una figura
toda de blanco, pañuelo blanco y bombacha gaucha blanca. Aquello era
como una aparición. Sí, que deseaba, le digo a esta persona que me
desconcertó en ese momento. Me dijo él: “aquí es donde se reúnen los
anarquistas, vengo a tomar contacto porque me siento identificado con
esas ideas”. Bajé y comenzamos a charlar. De hecho recluté al Gaucho ahí
nomás.
Cuando contaba el episodio se reía. Era el reclute más extraño que había hecho según él.
Visitaba la casa del Real a diario, hacía mantenimiento de la casa y
de sus queridos árboles. Durante años iba y venía en bicicleta, un
tiempo lo hizo en moto, pero cuando no le renovaron la libreta volvió a
la bicicleta. En eso andaba, con sus 82 años a cuesta, cuando se
encontró con la muerte. En la casa del Real estaba un pedazo grande de
su vida. Vivió allí, también, muchas jornadas fraternales libertarias.
Querido hermano, querido compañero Danilo, te despedimos hoy con una
frase de ese gaucho vestido de blanco que reclutaste: “Hasta la utopía
siempre”. Sí, hasta la utopía siempre ¡carajo!
fAu