“¿Un bote? No puede ser…
Un bote casi sobre mis pies…
¿Cómo se me ocurrió pensar que era un bote?
La imagen del ataúd me llegó hasta el fondo, trastocándome, dejándome rota, perpleja
…¿Quién? ¿Quién?
Uno de nosotros había muerto en la tortura”
Memorias para armar Uno. Carmela. G.C.
Era una noche de carnaval, un martes caluroso.
Las puertas y ventanas siempre abiertas del pueblo eran cerradas, la muerte escudriñaba la vida hermosa de aquellos jóvenes que resistían el terrorismo de estado y soñaban otro mundo. La muerte salía a la caza de la solidaridad de la gente común y corriente. Gente como el Chiquito que según su compañera, madre de sus hijos estaba siempre lleno de deseos para otros…
Pese a que como hacía tiempo, ese día, la muerte caminaba por las calles de Carmelo, los jóvenes andaban de carnaval, otros trabajaban.
Ese día al anochecer, las fuerzas conjuntas recorren las calles del pueblo, sembrando el miedo; llevándose a varios jóvenes acusados de sediciosos.
A las dos de la madrugada de ese 26 de febrero de 1974, lo sacan de la heladería, aún con su delantal de trabajo, lo llevan a su casa, revuelven todo, sus hijos duermen. En el camino, a su domicilio, hay testigos que vieron como era brutalmente golpeado en el vientre.
Su compañera lo despide en silencio, solo les pide que no despierten a los niños que duermen en un cuarto, nunca pudo imaginar que ese día era el último día que lo vería. Se contiene para no abrazarlo y besarlo, para mostrarse entera y darle fuerza, no se puede quebrar, hay mucho por delante.
En esa trágica ronda que no habría de tener retorno para el CHIQUITO es llevado encapuchado junto a otros compañeros y compañeras, hacia el cuartel de Colonia.
El Chiquito, en medio de la tortura seguía vendiendo sus helados. En su delirio les gritaba que no torturaran más, les pedía un taxi para salir a repartir sus helados.
Los compañeros/as no lo olvidan:
-¡Heladeroooo! ¡Helados! –y los milicos se exasperaban
En medio de la tortura, se quitó como pudo la venda de los ojos al sentir que la patota militar violaba a una muchacha de 17 años del pueblo. Los milicos lo vieron y ahí lo sentenciaron. Lo torturan hasta matarlo, no pueden permitir la dignidad del Chiquito que les estalló en la cara y los oídos.
Una voz desde el horror:
Un ex soldado del Batallón Nº 4 de Colonia, “Eduardo”, cuenta a un periodista del semanario El Eco de Colonia el 25/02/12:
- “Cuando trajeron a Chiquito Perrini les dije que él no tenía nada que ver. ¿Sabías que Chiquito ni militante era? Lo bajaron del camión bien, perfecto, entonces había un proceso a seguir. Los médicos lo tenían que revisar, ver en qué estado venía… El médico que estaba era el Chancho (Eduardo) Solano y en esa época estaba encargado de los servicios el Oso (Pedro) Barneix, el encargado del S2, donde estaba la gente detenida. Los encargados del operativo eran unos veinte, más o menos. Con esos no se podía tener problemas. Si a vos te veían en la calle, y tenías un problema, venían y decían en el cuartel que te veían cara de sospechoso, y venías para adentro.
Bueno… a Chiquito lo llevan, lo atan, le ponen una capa grande, yo lo vi a eso, le ponen la capa de un poncho, y lo llevan para la instrucción primaria, que había sido vaciada, que quedaba frente al casino, y pegado a la cantina y al hueco que era la bajada de la sala de torturas… Perrini fue muerto en la sala de interrogatorio. Lo mataron en el cuartel. Entonces lo sacan y lo pasan abajo, se prende la radio, y traen a la gente; los que estaban encargados eran el Oso Barneix y el Flaco Puigvert… Cuando le hacen el interrogatorio, a Chiquito lo mojan (le hacen el submarino en el tacho), y después le ponen bolsas de agua en las manos, y con un magneto de teléfono de campaña le dieron manija y manija y no le aguantó el corazón. Le dieron la primera y no aguantó la segunda. Cuando quisieron acordar, el tipo se les muere.”
Entre esa patota militar: Pedro Barneix, Washington Perdomo, José Puigvert, José Baudean, ahí también estuvo el “Tordillo” Ernesto Ramas, torturador procesado, integrante de la OCOA.
Los médicos asesores de tortura, (además del mencionado Eduardo Solano) investigados por la jueza Mariana Mota, fueron los médicos militares Dres. Emilio Visca, y Dr. José Cambón –quién firmó la partida de defunción, con el ya típico rótulo de los impunes: “edema pulmonar agudo”.
Preguntas muy “infantílicas”
Su asesinato se encuentra impune. El pueblo de Carmelo y muchos nos seguimos preguntando: ¿Por qué? ¿Será por el oficial encargado del S2, el oso Barneix hoy general retirado? ¿Por qué un asesinato tan claro, con tantos testigos como el de Aldo Chiquito Perrini, aún permanece impune? ¿Por qué la Suprema Corte de Justicia bajo la presidencia de Ruibal Pino lo amparó?
¿Será por el peso político y militar del general Pedro Barneix, el que le hizo el mandado al gobierno de Tabaré Vázquez? Tabaré Vázquez le dio una tarea fundamental: obtener información reservada sobre el destino de detenidos desaparecidos durante la dictadura. ¡Tabaré le pidió nada más ni nada menos que a Barneix quién seguramente sabe dónde estaban sepultados los desaparecidos! ¡A él que seguramente fue encargado de hacerlos desaparecer! ¡A él que mató al Chiquito en la tortura¡ ¡A él que seguro fue testigo de las violaciones a muchachas ante sus ojos!
Aquel muchacho de pueblo, sencillo, sensible, solidario, amante de su compañera e hijos, fue salvajemente asesinado por miembros de los FFAA, en la sala de tortura del Batallón Nº 4 de Colonia, el 3 de marzo de 1974.
Al Chiquito Aldo Perrini lo mataron en la tortura, y en un intento de desvincular al batallón Nº 4 de Colonia, de su muerte, lo sacaron en una ambulancia rumbo a Montevideo. Llegando a Nueva Helvecia retroceden porque desde el Hospital Militar, les dicen que no lo “recibirán”. Entonces emiten un comunicado donde afirmaban -mintiendo una vez más- que CHIQUITO se había muerto en el trayecto.
Un torturador le dice en el submarino a un compañero:
-Cantá. Porque acá la quedó Perrini.
La solidaridad de un trabajador, de un muchacho con ilusiones, en la mira de los asesinos estuvo sentenciada a la tortura, a la muerte.
Pero el olvido fue vencido: Su ejemplo es un faro en Carmelo.
Chiquito Aldo Perrini nació en Carmelo, tenía 34 años.
¡Tu memoria y ejemplo está en la dignidad de tus hijos, de tu compañera, en la constancia y valentía de tus compañeros y compañeras dolidos testigos de tu asesinato, que siguen buscando justicia!
La solidaridad humana fue tu ética.
Estás vivo en nuestra lucha.
¡Salú, Chiquito! ¡Habrá justicia!!