miércoles, 28 de agosto de 2013

Refractario Nº10


“Que nuestras palabras vayan emparentadas a lo que hacemos, que los demás aprendan a considerarnos por ello…”
  Si el banco es el que me tiene a mí y a mi familia endeudados, si guarda el dinero que hace que sea necesario para vivir y lo aparta luego de los que menos tienen, ¿por qué debería no faltarle el respeto, por qué debería no atacarlo?¿Vale más una fachada que el mostrar lo dañino del dinero?
  Si es la iglesia la que vive del engaño, si es ella la responsable de haber mantenido y mantener aún por siglos a miles de personas bajo la sumisión a sus autoridades e imponiendo una moral ajustada a los intereses de los poderosos ¿Por qué no debería gritarle, por qué no debería dañar sus vidrios?¿Valen más sus vidrios que la libertad de las personas?
  Si son las paredes de todas partes, de esos edificios del Estado, de esas comisarias, oficinas que venden las más estúpidas ilusiones las que nos atacan bombardeándonos con ofertas ¿Por qué no debería responderles, por qué no debería rayarlas, decir como engañan, joden y aprisionan?
  ¿Por qué, en fin, no debería atacar, responder en definitiva a lo que me ataca, por qué no debería defenderme?

  El mismo sistema que mantiene a algunos comiendo de la basura mientras otros tienen más de lo que podrían consumir en varias generaciones, que ha acorralado a la naturaleza, no es un ser metafísico, no es un fantasma que tenga imagen pero carezca de cuerpo. El sistema, el Estado tiene sus guardias, sus defensores, sus alcahuetes, sus autos, armas, edificios, etc. Cuando nos hacemos sentir, cuando decimos verdaderamente algo es cuando hacemos. El pensamiento es fundamental, las palabras nos permiten visualizar y proyectar nuestra libertad pero su limitación es notable si se las compara a la de los hechos. Ningún político puede impedir el acto libre, la rebeldía hecha carne. Pueden intentar recuperar para sus filas lo hecho, hacerse los demócratas indignados, los sabios que saben cómo se debe transformar la sociedad, incluso decir que tienen las recetas para hacer una “revolución” (su eufemismo para golpe de Estado), etc, etc… Pero al final son los hechos los que sobrepasan siempre los discursetes de los manipuladores y acomodados. Es la mordedura lo que hace al perro malo y no su ladrido.
  Una de las críticas más comunes aveces largadas con verdadera saña pero otras desde una posición sincera es la que intenta interrogar acerca de lo productivo, de qué produce o generan las acciones. ¿Qué cambian, que logran con una pequeña rotura, con un banco pintado? En nadie a no ser que sea un estúpido está la idea de que una institución bancaria o policial rayada sea un acto revolucionario. Pero esa nimiedad, esa “pequeñez”, ese aislado y simple acto de rebeldía lejos está de ser nada. Esos pequeños gestos, pequeñícimos es verdad, casi insignificantes si los comparamos con lo que merece un mundo que mantiene a la mayoría de su población en la miseria y que nos arrebata a diario el tiempo y el espacio son siempre la posibilidad de un comienzo. Pero aún más, valen más allá de eso, valen por sí mismos. Nadie puede arrebatarnos el haber hecho algo, pequeño, aislado, loco… pero real. ¿Qué tanto pueden decir de esto los discurseadores?
  Toda gran transformación siempre comienza con pequeños, pequeñicimos, casi imperceptibles gestos. Una sonrisa apenas cómplice de un manifestante que ve como una institución que lo ataca es irrespetada puede convertirse en un futuro gesto de un cómplice, de un compañero. Muchos de los manifestantes que estuvieron el 14 de Agosto saben que una acción vale más que mil palabras. Que es necesario pensar que a la hora de recordar a los caídos hacer una fiesta o dar discursos políticos es un insulto a su memoria, a la memoria de todos. Para la transformación social, para la búsqueda de la libertad más amplia es necesaria la acción. La revuelta no es ni intenta ser la revolución social pero es la que posibilita sus caminos.
  Las cosas claras…
  En tanto a nosotros, estamos por la revolución social, por la transformación lo más libertaria que sea posible de nuestras vidas, por la expansión de nuestros más alocados sueños, por nuestro más posible desarrollo personal y colectivo. El fin del que unos vivan de otros, el logro de un mundo más equilibrado con la naturaleza y mucho más libre es un camino que comienza ahora. Esa búsqueda significa la destrucción del Estado (hecho físico y no verbal), de sus instituciones y en definitiva de todo poder. Somos hermanos, ya que no reconocemos fronteras políticas ni nacionalismos, de todos los que en cualquier parte están peleando contra la opresión y que no quieren a la vez oprimir a nadie. Somos hermanos de los que se han batido en Brasil en los últimos meses, de los que no aceptan ninguna dictadura, ni religiosa ni laica en Egipto o de los que se enfrentan para defender la tierra en Chile o Bolivia. Si bien no hay modelos únicos para la protesta y cada uno tiene que buscar su camino un mismo espíritu es el que está recorriendo el planeta, el de la revuelta.
  El 14 de Agosto se practicó la acción directa, algunos pintaron bancos, financieras, iglesias y hasta un auto de lujo, pero hay que ser conscientes que la acción directa es también mucho más. La acción directa significa hacer sin mediadores, hacer desde la autonomía, desde la autoorganización con los demás. Hacer sin falsos diálogos, buscando el diálogo real, el que se hace entre iguales y no con las autoridades, hacer para transformar, hacer para buscar más libertad, libertad hasta el exceso…
  P.D:
  No pretendemos hablar por los demás, no podemos decir qué piensan, qué sienten todos los que participaron en la manifestación y que fueron más allá de cantar y actuar como les exigían sus “dirigentes” o sus partidos. Pero creemos que es bueno aclarar que nuestras formas de hacer están lejos del pensar que se va a una manifestación y se obliga a otro a que haga lo que él no quiere hacer, que tenga que soportar a los botones disparando o caer detenidos, por ejemplo. Los que ese día protestaron, los que reivindicaron realmente las luchas pasadas y actuales buscaban dignificarse y manifestar su rabia. No buscaban hacer que los demás tengan que adaptarse a un modo de lucha. No hay “infiltrados”, como repite la prensa, la policía y los dirigentes partidarios, los únicos infiltrados eran los patoteros que querían impedir la protesta, los botones que atacaron la manifestación mientras cuidaban las instituciones del Estado y los dirigentes sindicales que venden en sus negociaciones los conflictos. Creemos en la libertad que se contagia, en los métodos de decisión y acción directa lejos de partidos y otros organismos estatales. La libertad no se puede imponer pero exige romper las cadenas.

Anarquistas.