viernes, 22 de junio de 2012

“Pero pensala, no te dejés llevar por los versos de los hijos de puta…”


Pasó ya un mes del encarcelamiento de David Lamarthée, un sencillo, laborioso y orgulloso trabajador “abrepuertas” del gremio del taxímetro, afiliado al SUATT -su sindicato-, la organización de todas y todos los laburantes del taxímetro resueltos a defender lo suyo como debe hacerlo cualquier laburante: organizadamente, hermanadamente, por encima de cualquier diferencia infinitamente  menor al lado de la coincidencia de ser, todas y todos, explotados por una misma patronal inescrupulosa se lo mire por donde se lo mire, que no solamente revienta gente asalariada, sino que abusa de otra gente, también generalmente asalariada, rapiñándola desde el primer segundo en que subís a un tacho.
Procesado por algo así como “agresión personal a los neumáticos de un vehículo con taxímetro” usado por la patronal y una carnera para provocar a quienes el Primero de Mayo conmemorábamos el Día Internacional de los Trabajadores en el acto de 18 de Julio y Ejido, en pleno centro de Montevideo, al mediodía, “El Perro” Lamarthée está recluido en la cárcel de La Tablada junto a cerca de 200 otros jóvenes a los que el sistema enjaula al grito de “¡SEGURIDAD, SEGURIDAD!”.
Ahora, un nuevo dictamen judicial, procesa y somete a “arresto domiciliario” a otro trabajador del taxi vinculándolo a los mismos hechos, mientras ciertos seguimientos policiales y otros movimientos “inteligentes, inteligentísimos”, sugieren que puede haber todavía más procesamientos.
Todo ocurre en medio de notorios reclamos patronales de “mano dura” con el SUATT, “para que escarmienten”… y de una contenida bronca de los laburantes con dignidad sometidos a la provocación sin descanso de “El Padrino Dourado” y su comandita de lumpenes con buenas migas burguesotas y otros graciosos apadrinamientos, “de izquierda”.

Hace un par de días no tuve otra que subir a un tacho de madrugada y, como de costumbre, traté de no perder la oportunidad de establecer un diálogo lo más fraterno posible con el chofer, esta vez sobre la detención y el encarcelamiento de estos trabajadores y sobre el significado de nuestro día de recuerdo y honor a los Mártires de Chicago, asesinados brutalmente por reclamar con cientos y cientos de miles de otras trabajadoras y otros trabajadores, jornadas de explotación que no superaran las 8 horas diarias, hace 126 años.
“Lamarthée no es un obrero del taxímetro; es nada más que un abrepuertas”, me dijo de entrada el tachero, un loco muy joven que iba ya por su decimoprimera hora de trabajo, a las 2 de la madrugada, con una expresión tal de su rostro que denotaba el completo agotamiento y que, más bien, sugería que no tendría mucho sentido contradecirlo y tratar de hacerle ver su grosera equivocación respecto a Lamarthée y su honrosa condición laboral y sindical.
No obstante, dije: “Ah, mirá vos… En mi gremio, es tan grafico el que imprime papeles o encuaderna hojas, como el que limpia los baños o labura de sereno todas las noches… Tiene los mismos derechos y pertenece legítimamente al Sindicato de Artes Gráficas”.
Me miró de reojo y sin titubeos, me preguntó-afirmó: “¡¿Ud. es comunista?!”.
“No sé; lo que sé es que soy laburante, vivo de mi laburo, me rompo el lomo, trato de pelearla con otras y otros para que los chupasangre no me dejen reventado como a vos todos los días, y el Primero de Mayo no laburo ni aunque me militaricen… Vos, el Primero, ¿qué hiciste?, ¿laburaste?...”.
Entre paró el taxi sin más trámite, arrimó a la banquina en La Vía y Burdeos, y pretendió hacerme “cumplir la orden” de que me bajara “inmediatamente”.
 “No pienso moverme… -le dije, muy tranquilo- ¿Qué pasó, te dí en la matadura? ¿Sos un carnero de mierda, un botón o un nabo regalado en el culo del mundo?...”.
Enseguida se puso a observar atentamente el GPS del tablero del tacho como tratando de saber exactamente dónde estábamos y a mirar con asombro un grupo de unos seis o siete chiquilines que chupaban su vinito a pesar del frío y que antes no lo había visto, a mitad de una cuadra bastante descampada, debajo de algo así como un viejo ombú y una muy tenue lamparita pública de las que aún sobreviven por ahí.
Mientras muy nervioso arrimaba fuego a un cigarro y yo hacía lo mismo con un tabaquito que iba armando mientras “discutíamos”, pasó un patrullero con tres milicos adentro.
“Llamalos, loco… ¿Qué te pasa?, ¿Te cagaste?... ¿Te creíste que sos Dourado o qué…”.
“Es que con éstos quedo en cana toda la noche y encima no sé qué puede pasar con la recaudación…”.
La suerte ya estaba echada. No le quedaba otra que seguir hasta mi barrio sin chistar o “pedir auxilio” a la centralita atendida por alguno o alguna que no era propiamente taxista o a alguna parada del oeste atendida por simples y despreciados “abrepuertas”…
Antes de que se resolviera, el patrullero desanduvo lo andado y se colocó al costado del taxímetro, bajando dos uniformados tamaño baño exhibiendo unas metralletas que metían miedo, la verdad, máxime observando las caruchas del par de sujetos “sirviendo a la sociedad”…
El agente que llevaba la voz cantante, preguntó: “¿Qué pasa aquí?…”. El tachero había enmudecido y solamente pitaba como loco.
Contesté como si el tachero fuera yo: “Nada, se nos jodió el alternador… Nada más. Tamos esperando que alguien asesore desde la centralita”.

“A vos te conocemos de la zona–afirmó uno de los miliquitos, muy interesado en hacernos ver que todo estaba bajo control y que se junaban a todos los habitantes del abigarrado oeste capitalino-.
Tengan cuidado con los pichis –agregó-; se rajaron, pero andan en la vuelta”. Se refería a la gurisada del ombú, súbitamente desaparecida.

El “alternador” se reactivó rápidamente como por arte de magia y seguimos viaje hacia uno de los paraísos de civilización de la periferia selvática montevideana, mientras arreciaba una espesa niebla y empezaba una de esas soberanas lloviznas de frío ensañado con “la indigencia en descenso estadístico”.
“¿Y…? ¿Se te acomodó el alternador, loco?”.
Admito que subconscientemente apelé a una ostensible veteranía de la que antes no había tratado de prevalecerme, pero enseguida me ganó ese espíritu conciliador que ojalá nos gane siempre viendo a un explotado esclavizado, encima, que razona como si él fuera el explotador y que emite juicios que no dejan de ser la repetición cotorrona de los argumentos chupasangre, pero que, en determinado momento, ocurren cosas que necesariamente lo bajan a tierra, y, capaz, le alumbran el sendero a pesar de su propia niebla ideológica y su llovizna fría de ausencia de autoestima.
“No te voy a insistir con nada sobre “El Perro” ni sobre el Primero de Mayo… Pero pensala, no te dejés llevar por los versos de los hijos de puta que te tienen doce horas adentro de esta trampa con GPS colocado no pa defenderte a vos, sino a la guita de los trompa, nomás…”.
Llegados a “feliz” destino, le señalé mi casa, le di mi nombre, le dije dónde laburaba, qué horario tenía, y me ofrecí para acompañarlo al SUATT, para afiliarse y para decir todo lo que quisiera, por más duro que fuera, ahí mismo, donde hay que decirlas para que como laburantes seamos cada día mejores tipos, sin necesidad de sentirnos traidores de los mierdas que noche a noche convierten a un ser humano en un GPS obediente, sumiso y enemigo de sí mismo, de sus hijos y de los hijos de otros triturados por la máquina de hacer guita del capitalismo.
Gabriel –Saracho- Carbajales, 15 de junio de 2012.-