miércoles, 19 de agosto de 2015

Necesidad de la Escuela Moderna


Octavio Tamoine (Otto Neiman), Educación Sociológica, Año I, N° 2; noviembre de 1911
Republicado en la suscripición de la Biblioteca Anarquista del Cerro.

La importancia real de la Escuela Moderna no es bien conocida hasta por sus mismos simpatizantes. Se ha llegado a decir que en este país ella no tiene objeto, pues la escuela del Estado llena ya su misión en gran parte. Este error es grave: tan grave, que es necesario desvirtuarlo a fin de que una lamentable confusión no haga aun más lenta la evolución de la escuela.
La escuela denominada laica (de la religiosa ni nos acordemos) no llena su misión porque, sin tener en cuenta el carácter ni inclinaciones del maestro ni de cada uno de los alumnos, impone un programa uniforme.
En las materias que se enseñan diariamente, dichos programas no observan la influencia que puede ejercer la temperatura sobre los alumnos y las dificultades que ello pueda presentar para el estudio de ciertas materias. La curiosidad de un alumno -en esas escuelas nunca la hay, pues el maestro es una autoridad y el alumno un súbdito obediente- no puede satisfacerse hasta que llegue el momento indicado en el programa. Las explicaciones sobre la atmósfera y todo lo concerniente a ella, como las lluvias, vientos, heladas y muchas otras cosas, no se hacen cuando los hechos se suceden, sino cuando el «diario» preparado con anterioridad lo permita. Se habla de heladas en días de calor; de calor en días de frío; de lluvias en días secos... y de amor a sus semejantes después de haber justificado una guerra de un pueblo contra otro por simples ambiciones de gobierno.
Esto es un simple detalle que puede muy bien aplicarse al conjunto del sistema de enseñanza practicado en la mayor parte de las escuelas.
La Escuela Moderna tal como la conciben muchos pedagogos inteligentes y tal como la practicaba Ferrer en sus escuelas, no admite programa determinado, no limita las lecciones, ni determina con anterioridad los momentos en que han de verificarse. Las lecciones deben darse aprovechando las oportunidades o la curiosidad de uno o varios alumnos, y debe haber tal familiaridad y amor entre ellos y el maestro que, cuando uno se siente fatigado, puede retirarse del aula y dedicarse a lo que más le agrade: a lo que en ese momento le atrae. De este modo el maestro va conociendo, poco a poco, las inclinaciones y aptitudes de cada alumno en beneficio de ambos, siendo el resultado siempre más seguro, con menos fatiga y economía de tiempo.
La Escuela Moderna no tiene por objeto hacer adeptos a ninguna secta religiosa, política o social; su misión es preparar hombres para la vida: para una vida armónica entre todos los seres, haciendo comprender cuales son los males para que mejor distingan lo bueno.
La Escuela Moderna no justificará nunca un acto de violencia. Si el alumno pregunta: «¿por qué hay guerra en tal país?» el maestro dirá: «es por la ambición de los capitalistas que con el fin de satisfacer sus conveniencias particulares, sacrifican a millares de seres que nunca han hecho mal alguno a los que ellos llaman sus enemigos». Y si el alumno luego pregunta: «¿por qué entonces siendo las matanzas entre hermanos tan inhumanas, se levantaron en revolución los obreros de ese país en guerra?» el maestro no podrá hacer a menos que decir: «esos obreros no quieren la guerra y si ahora se levantaron en armas es porque otros, en las mismas condiciones, querían obligarlos a que fueran a matar a otros hombres que no cometieron más delito que el de haber nacido al otro lado de una frontera». Y agregará: «la violencia es siempre abominable, pero en la forma que la ejercen esos obreros no es más que un acto de defensa: lo mismo haría todo hombre por su instinto de conservación cuando se viera atacado por una fiera. Así que esos obreros han preferido, antes que ir a matar a quienes nunca les habían hecho nada, defenderse de esos hombres-fiera que los acometían y eran los verdaderos enemigos de la paz’. Y el alumno, en su inocencia infantil, pero con la franqueza que permitiría siempre el maestro, podría preguntar: «¿cuando vemos un soldado por la calle, no tenemos que hacerle nada?» «No, -contestará el buen educador, no hay que hacerle absolutamente nada; lo que debéis hacer es cultivar entre vosotros el amor; tratad de poneros siempre de acuerdo sin haceros daño, y cuando alguien os haga algo que vosotros creáis malo, tratad de hacerle comprender con buenos modos el mal que hace. Pero, cuando seáis hombres, y se os quiera llevar a la fuerza a exterminar a vuestros hermanos o se os ataque con armas cuando lucháis por vuestros derechos, ¡defendeos!, es cuanto os puedo decir».
Habéis observado qué interesante lección se puede dar a los alumnos, teniendo como único programa la curiosidad de ellos... De la curiosidad comienzan todos los estudios; y con la satisfacción de la curiosidad ellos se completan o se perfeccionan.
El principal objeto, pues, de la Escuela Moderna, es satisfacer todas las curiosidades de los alumnos de una manera razonada para que cada uno madure sus inclinaciones y sea algún día algo útil para sí y para la humanidad, cosa que no puede suceder si a todos se le da una enseñanza uniforme, sin observar los distintos gustos y capacidades.