jueves, 12 de septiembre de 2013

Las cuestiones del parir


X: BETANIA NÚÑEZ (tomado de Brecha)
Historias de parto, denuncias por mala praxis y críticas al sistema de salud
Dos historias de trámite y desenlace contrapuestos. Cifras que revelan la diversidad de estrategias que desde el propio sistema se adoptan. Elementos que conducen a pensar en la necesidad de discutir qué modelo de intervención es pertinente en el parto.

Perla es mexicana. A poco de casarse vino con su marido a Uruguay, por trabajo. Vivieron acá todo el embarazo y estaban tranquilos porque iban a tener a su bebé en el mejor hospital del país. Hace cinco meses acusaron al Hospital Británico y a Medicina Personalizada (mp) de mala praxis. Mientras el juicio sigue en curso, continúan denunciando su caso y postergando su regreso a México. El relato cobra voz propia. 
"Cuando tuvimos la sospecha de que estaba embarazada fuimos a mp y me lo confirmaron. Pedí una ginecóloga mujer y ella fue la que me siguió durante todo el embarazo. Rompí bolsa el 27 de marzo. Como había tomado cursos de parto, sabía que si luego de la semana 37 llegaba a pasar, ya era el momento." 
A las 3.30 de la madrugada llegaron al hospital. "Me terminaron de romper la bolsa y me dijeron que efectivamente iba a quedar internada. Me pusieron el monitor para controlar los latidos del bebé, y todo estaba en orden. Me tomaron la presión, todo estaba bien. Ya habían llamado a mi ginecóloga; ella iba a llegar cuando tuviera contracciones más intensas. A las 5 de la mañana ya no soportaba el dolor y pedimos la anestesia epidural." 
Perla había escuchado de la epidural, y en una de las consultas con su ginecóloga le preguntó. "Ayuda a que no sientas dolor, pero no te hace daño, no le hace daño al bebé", le explicó. 
"Ese día yo estaba como loca con esos dolores tan intensos, y me dijeron que habían llamado al anestesiólogo, que no estaba; llegó a las 6.20 y me la aplicó. A partir de ahí sentí alivio. Las últimas palabras que me dijo el anestesiólogo fueron que iba a tener un parto precioso." 
A las 8 de la mañana llegó la ginecóloga, dos horas después Perla tenía diez centímetros de dilatación. "Le ganaste a la otra chica. Tengo otra en trabajo de parto pero vamos a empezar contigo", le dijo su ginecóloga. "Recuerdo que en ese momento platiqué con el neonatólogo: si no me bajaba la leche, le dábamos complemento; si quería la circuncisión, se la hacíamos después. Ya nos imaginábamos con el bebé." 
Empezó la labor de parto. "Yo no sentía las contracciones, me las dirigía la ginecóloga y yo pujaba. Al cabo de una hora empezó a desaparecer el efecto de la anestesia y yo les avisaba cuándo venía una contracción. Luego de otra hora más, la ginecóloga me dijo: 'Perla, si no baja, nos vamos a ir a una cesárea'. Y después: 'Si no baja, te voy a poner en cuclillas'. No hizo ni una cosa ni la otra. Luego me dijo que iba a llamar a otro ginecólogo, 'él fue mi maestro en la Universidad'", le contó. También era el jefe de la maternidad del hospital. 
El ginecólogo hizo una rápida evaluación y anunció los fórceps. "Sentí que hizo un giro, luego un pequeño jalón. Y ya no se escucharon más los latidos. 'Cesárea urgente', dijo. Me llevaron en la camilla, las enfermeras iban llorando. Trataron de ubicarme los latidos, pero no los encontraron. Ya en el quirófano me colocaron una mascarilla y me dormí." 
Cuando despertó estaba el neonatólogo frente a ella. "Me dijo: 'Perla, el bebé nació muerto'. Yo estaba en shock. Pensaba, 'no es cierto, ahorita voy a despertar'. Escuchaba a lo lejos el llanto de mi marido. Se acercó el ginecólogo y me dijo, 'lo siento, por tratar de ayudar le maté a su bebé'." 
Su marido ya lo había visto; le preguntó a Perla si quería conocerlo. "Se lo dieron todo envueltito en una sábana y él, por querer verlo, lo destapó. Le vio una gasa y se la quitó. Ahí vio la herida." 
Los padres pidieron dos autopsias que arrojaron fractura del hueso frontal derecho, herida cortante en cuero cabelludo, hematoma laminar del cuero cabelludo y hemorragia por debajo del cuero cabelludo. Una la realizó el Británico, y fue tomada por el Ministerio de Salud Pública ante la denuncia de los padres. Desde el msp se les contestó que el bebé tenía una infección pulmonar y por eso no pudo respirar al nacer. "Pero en el alta dice 'óbito fetal', eso quiere decir que murió en mi vientre", cuestiona Perla. "El bebé no nació vivo, no usó sus pulmones en este mundo, no entiendo cómo llegan a esa conclusión", aclara. La otra autopsia la realizó la morgue, a partir de la denuncia penal, y sólo pudo verla su esposo una vez, cuando fue llamado a declarar al juzgado. Según los padres, esta última autopsia sólo habla de las heridas en el cráneo. 
"Les agarré coraje –dice la madre–, porque ahora me doy cuenta de que el fórceps es demasiado usado acá y yo nunca lo había escuchado. No me explicaron qué era."
Sus abogados le advirtieron: era probable que el hecho tomara estado público y que comenzara a recibir llamadas de la prensa. Pero pasó el tiempo y el teléfono no sonó. Así que compartió su relato por Facebook y comenzó a hablar con otras madres que tuvieron historias similares. Perla, Claudia y Verónica organizaron una marcha para esta tarde desde el Ministerio de Salud Pública hasta el Hospital Británico.



LA INDUCCIÓN. Eva tuvo su primera hija el verano pasado. Durante su embarazo se atendió en Cosem. "Mi ginecólogo, después de nueve meses de embarazo, nunca supo mi nombre ni tuvo intención de saberlo. En la cartilla donde anotaba toda la información tenía el nombre y el sexo de la bebé, pero cada vez que iba a la consulta me hablaba como si ella fuera un varón. Nunca me explicó nada. Ni siquiera me miraba a los ojos. Me examinaba, me mandaba los estudios y me iba. Incluso más de una vez, cuando me hacía tactos vaginales, yo le decía que me molestaba pero no me hacía caso." 
Cuando comenzó la semana 41 tuvo su última consulta antes del parto. "Me revisó, y cuando fue a poner en la cartilla en qué semana estaba, escribió: 'Semana 39'. Sabía que era posible que el médico me indicara la inducción, pero igual le dije: 'No, doctor, estoy en la semana 41'. Hasta ese momento estaba todo impecable, me podía ir. Pero cuando anotó semana 41, cambió totalmente el clima y me dijo: 'Ah, no, si estás en la semana 41 vamos a tener que pasar a una interrupción del embarazo'. Esas fueron sus palabras textuales." 
A Eva, la reminiscencia de esas palabras (que se asocian a las de un aborto) le impactaron tanto que le bajó la presión. La acostaron en una camilla. Le preguntó al médico por qué, si "los bebés pueden estar en la panza hasta la semana 42. 'Bueno, bueno', me respondió, 'eso es discutible. Otros ginecólogos te pueden decir que está bien, pero para mí a la semana 41 hay que hacer una interrupción del embarazo'. Llamó a un médico del Hospital Evangélico y puso el altavoz: 'Tengo acá una primigesta de 41 semanas, te la voy a mandar para interrumpir el embarazo'".
Eva había ido durante todo su preñez a talleres de parto. Con su pareja habían decidido negarse a una inducción; querían esperar a que el proceso se desatara solo: "Sabíamos que la fecha es una estimación y que el hecho de que se considere a la semana 40 como el momento en el que se debería parir es una cuestión arbitraria". También habían decidido hacer el parto en su casa, pero no se lo habían comentado al ginecólogo, "porque eso me podía jugar en contra". 
Las parteras que había contratado para el seguimiento de su embarazo le recomendaron que fuera al hospital a hacerse un monitoreo y que luego decidiera si se quería quedar a la inducción o si quería irse a su casa. "Llegué al Evangélico y una partera me hizo el monitoreo. La partera me miró y me dijo que la bebé estaba perfecta. Me preguntó cuál era mi plan. Le conté que era el parto domiciliario. 'Yo ya te voy diciendo que el ginecólogo te va a decir que te quedes, pero no tenés ningún drama, te podés ir'. El médico llegó con una buena actitud y me lo explicó clarito: 'La cosa acá es así: hay un criterio en el mutualismo que plantea que a las 40 semanas se sugiere hacer una inducción del parto. Pero bueno, yo no te voy a mentir, los bebés hasta las 42 semanas pueden estar en la panza'. Le dije que nos íbamos a mi casa para pensarlo, pero que posiblemente me tomara unos días más para esperar. Y entonces me explicó que según esos parámetros, después de la semana 40 aumentan los riesgos de morbilidad fetal. Por eso, cuando una embarazada pasa la semana 40, se induce el parto. 'Lo que yo les voy a pedir es que me firmen este documento'." 
Era un papel escrito por el médico, con su letra más legible, donde aclaraba que le había explicado a la pareja los riesgos, y que pese a eso se retiraban y no accedían a la inducción. "Firmamos los dos como padres, aunque fue muy difícil, y ahí recién nos pudimos ir. Cualquier otra pareja que no tenga toda la información se queda ahí y se hace la inducción." 
El parto fue finalmente en el hospital, "porque la bebé venía del lado izquierdo, tenía que rotar y le costó muchas horas. Cuando estaba con los pujos fui y no tuve que pasar por ninguna vulneración, porque fue muy rápido. El ginecólogo que me tocó en el parto, que es de Cosem, me respetó, me explicó todo, me preguntó cómo me llamaba, cómo se llamaba la bebé. Nada que ver con el que me había tocado en la consulta. Llegué al Evangélico con bolsa rota, dilatación completa, en media hora ya había parido. Después de que nació mi beba nos dimos cuenta de que estaba mal calculada la fecha y nunca estuvimos pasados de tiempo. Nació con 40 semanas. Había un error de cálculo, algo que pasa muchas veces".


EL SISTEMA. Hay varias visiones sobre las cuestiones del parir; una de ellas apunta a reducir la cantidad de intervenciones que se realizan durante el parto. Rossina Torterolo, partera de la organización Nacer Mejor y del hospital Pereira Rossell, agradece "que existan los hospitales y las instituciones médicas, porque son necesarias", pero critica "el lugar de invalidez en el que se pone a la mujer, donde ella no es más la protagonista, sino que todo lo van a hacer los profesionales en su lugar". Para Torterolo, el sistema piensa el embarazo como una enfermedad sobre la que se debe intervenir, y todas las intervenciones generan efectos no deseados, dejan secuelas emocionales, "más aun si no se le explica a la mujer el motivo de la intervención y si luego ella se da cuenta de que las cosas podrían haber sido diferentes". 
La partera analiza que algunos profesionales "catalogan de rebelde o hippie a la mujer que pide una pelota de pilates o que no le rompan la bolsa. En realidad lo que hay detrás es una mujer informada, que estuvo buscando qué era lo que ella necesitaba". En esta línea, plantea que la responsabilidad de los profesionales no es evitar que se presente una complicación, "nuestra responsabilidad es cuidar los procesos fisiológicos, vigilarlos con nuestros ojos clínicos para detectar cualquier posible complicación a tiempo y hacer un traslado o una intervención oportuna. Si se trata a siete mujeres a la vez, se pierde información que llega a través de lo sutil". La partera habla de una cascada intervencionista (es decir que cada intervención suele desembocar en otra, y otra), y recuerda que una de las primeras cosas que recomienda la Organización Mundial de la Salud (oms) es evitar la internación precoz. "Un preparto puede durar horas o días. El aumento de la ansiedad, tanto en la mujer como en los profesionales, desemboca en intervenciones innecesarias. Se utilizan oxitocinas para inducir el parto. En muchos lugares todavía se suspende la vía oral, por las dudas de que haya una cesárea. En un momento donde el cuerpo de la mujer se ve sumamente exigido, no tiene aporte energético y pierde su capacidad de regularse. Viene todo bárbaro hasta que hay señales de que ese bebé no la está pasando bien. Entonces hay que decidir, o se apura la cosa o se pasa a una cesárea. Generalmente esa escalada intervencionista culmina en la cesárea." 
En ese sentido las cifras mundiales, pero también las uruguayas, preocupan a la oms. La organización establece que las cesáreas son necesarias sólo en un 15 por ciento de los casos, una cifra que Uruguay rebasa con creces, según los datos a los que accedió No toquen nada a través de un pedido de acceso a la información pública. En 2010, último conteo disponible hasta el momento, 41 por ciento de los partos en Montevideo fueron por cesárea, mientras que en el Interior fueron 35 por ciento. En ambos casos, la diferencia entre los datos del sector privado y el público son abismales. Mientras que en el sector privado montevideano hubo 53 por ciento de cesáreas, en el público hubo 26 por ciento. Algo similar a lo que sucede en el Interior, donde 41 por ciento de los partos fueron por cesárea en el sector privado, contra 27 por ciento en el público. Las explicaciones y estrategias para atacar el problema son múltiples. El debate queda apenas planteado.