La discusión sobre la despenalización del aborto ha hecho aflorar
la visión que sobre la mujer tiene una parte de la sociedad
Esa visión consiste en concebir a la mujer como un “envase”; es
decir como la portadora de un contenido -en este caso de un embrión-
que no es propiamente suyo por cuanto no puede hacer con él lo que
quiera y que tiene a la Iglesia como su principal promotora.
La posición de la Iglesia se fundamenta en la creencia en un “alma”
inmortal creada por Dios en el instante en que el óvulo y el
espermatozoide intercambian cromosomas y es su principal argumento para
promover el castigo penal a los que perturban este designio.
Antiguamente se pensaba que la mujer no desempeñaba ningún papel
“activo” en la fecundación; actualmente se sabe el papel del óvulo
femenino; sin embargo la tesitura de la mujer “envase” no ha variado.
Se la pretende mantener en la misma situación que antaño pero con otros
argumentos.
El argumento actual es que la mujer alberga en su vientre un “ser
vivo” cuyo derecho a nacer es superior al que ella tiene sobre su propio
cuerpo y es en nombre de ese ser y de ese derecho supremo, que el
Estado debe reivindicar para sí la potestad de velar por su cuidado y
limitar lo que la mujer pueda hacer con él.
Este argumento se sostiene sobre dos ideas básicas:
a) que el óvulo fecundado es un “ser vivo” y b) que ese ser tiene
la dignidad de una “persona” con los derechos correspondientes.
Sobre la primera idea no me voy a referir aún cuando es muy
discutible extender el concepto de “ser vivo” al óvulo fecundado.
En lo que tiene que ver con la segunda, es una ocurrencia
extravagante convertir a un embrión en un ser humano, entreverando un
proceso biológico que tiene lugar en el interior del cuerpo de la mujer,
con un acto eminentemente social como es la incorporación de un recién
nacido a la sociedad.
Se trata de un recurso con una doble finalidad; por un lado,
utilizar el poder de ejercer violencia que tiene el Estado para
imponerle al colectivo una conducta basada en la creencia que tiene un
grupo en particular, y por el otro, utilizar ese mismo poder para
interferir en el legitimo derecho que cada cual dispone de hacer uso de
su cuerpo a condición de que no perjudique a un tercero.
Suponer que en este caso existe un tercero porque el Estado lo
constituye en “sujeto de derecho” antes de nacer, es simplemente buscar
un argumento que calce para justificar el uso de la fuerza pública para
controlar o sancionar a las mujeres que hacen con su cuerpo lo que
algunos no comparten.
Cuando el Estado le dice a la mujer que no puede disponer de una
parte de su propio cuerpo so pretexto de que es un futuro ser humano, de
hecho se apropia de ella y la convierte en un “envase”.
Mediante ese procedimiento el Estado se viste con el papel del
antiguo varón que usaba a la mujer para dejar su descendencia sin que
ella tuviese el derecho a resistirse.
Es una visión y una práctica machista que no atreve a confesarse y
que con el pretexto de defender la personalidad y la vida de un eventual
futuro ser humano, se lo niega a las mujeres de carne y hueso.
En conclusión:
EN DEFENSA DE SU DIGNIDAD PERSONAL, LAS MUJERES NO DEBERÍAN VOTAR A QUIENES LAS CONSIDERAN ENVASES
LUIS LACUESTA