sábado, 30 de julio de 2016

EL FÚTBOL DEL POTRERO


Tomado del pasquín olimareño Orden sin Autoridad

Es verdad que el fútbol vino hasta nuestro lares viajando en barcos ingleses. Pero también es verdad que el deporte que se bajó de esos barcos no era el de hoy, sino algo notablemente diferente, infinitamente mas insulso, dónde nueve jugadores atacaban uno solo sin coherencia táctica ni dinamismo alguno.
En el río de la plata existió un especial caldo de cultivo para su desarrollo, alimentado por el clásico mas antiguo del mundo, y en las primeras dos décadas del siglo XX se transformó completamente. Aquí, en el Río de la Plata, se creó, tanto en lo técnico, como en lo táctico, como en lo espiritual, el fútbol moderno. Tanto fue así que nuestra selección presentó un predominio universal absoluto, que sólo tuvo posibilidad de discutir la selección argentina, hasta la década del 40. Tanto es así que el fútbol ha servido a nuestro estado para fomentar nuestra alicaída nacionalidad, asunto que desvela a la institucionalidad "oriental del Uruguay" desde la fundación del país.
Luego, para el fútbol, vino lo que vino, hasta llegar al repudiable comercio de nuestros días.
Todo, sin embargo, puede recrearse y reformularse: En nuestro Treinta y Tres existe, al impulso de un trabajador social tan notable como sub-valorado, tiene lugar una versión del fútbol que me parece notable por su valía como herramienta social y pedagógica.
Se juega sin juez. La presencia del mismo es particularmente esterilizadora. Por algo durante décadas los campitos y a las playas han producido los mejores jugadores del planeta. En una instancia previa los jugadores acuerdan reglas básicas. Ello permite que jueguen hombres y mujeres, así como la mayor heterogeneidad y grandes diferencias de edad. Estas reglas previas emparejan e incluyen. En una instancia posterior e inmediata al encuentro, se discute si el apego a las decisiones del colectivo fue el adecuado, y, por tanto, el resultado del mismo. Si bien existe un mediador, las decisiones son de consenso. Por ejemplo, si alguien ejerce violencia indebida con quien evidentemente es mas débil, el cuadro contrario puede en esa instancia no brindarle los puntos, decidiendo así el encuentro.
Jóvenes de contexto violento se acostumbran de esa forma a pactar condiciones, cumplirlas, aceptar la consecuencia de sus actos, argumentar a favor o en contra, y aceptar el consenso para dirimir. No hay reglamentos autoritarios establecidos por sobre la realidad, como a veces, rayano en el ridículo, pasa con el fútbol oficial.
He visto con asombro como los jóvenes se ponen de acuerdo, sobre todo en la instancia final, aún en prejuicio propio, y hasta que punto el respeto genera respeto y la humanidad genera humanidad.
Sé que lo que cuento, conocido como fútbol callejero, es una idea que llegó a nuestro pueblo desde fuera. Estoy seguro sin embargo que la versión olimareña recrea la idea, notable de por sí, de manera incomparable.
En primer lugar arrastra multitudes de gurises. A pocos metros del Parque Colón, dónde el fútbol oficial convoca cada vez menos, cientos de gurises participan de esta dinámica que tiene como mayor virtud su ausencia de reglas.
Por supuesto, el fútbol callejero olimareño no es un "proyecto". Existe. Es una realidad. "El Tato" Silva, afortunadamente para muchos gurises, es un laburador social, no un burócrata, y esta realidad se desarrolla por su propia vida, por su propia dinámica, estén o no los respaldos pertinentes.
Larga vida a esta notable versión del fútbol que es el futbol callejero. Existe hermosamente en los campitos de Treinta y Tres, bajo el sol y el viento, en el fondo del barrio Sosa o en el viejo potrero de los burros. Y ayuda de verdad a los gurises. Todos los días los ayuda. No existe en las instituciones que se dedican expresamente a lo social o a lo educativo.
No existe en los legajos o en las carpetas de mérito rebosantes, sobre escritorios de políticos o técnicos que son los que después cobran y de muy buena manera.

- YAMANDÚ SOSA BERNARDE -