miércoles, 14 de enero de 2015

La matanza de Charlie Hebdo


Luis E. Sabini Fernández
Algún periodista francés se ha apresurado a calificar el atroz atentado al CHARLIE HEBDO como el  11 de setiembre francés
Hay una diferencia fundamental en la gestación misma de los hechos: mientras múltiples datos señalan que lo acontecido en 11 de setiembre de 2001, fue de algún modo inducido por algunos servicios dentro de EE.UU. convirtiendo los múltiples ataques aéreos de esa fecha en  una suerte de reedición de Pearl Harbor, donde en 1941 los mandos militares estadounidenses estaban advertidos de los planes japoneses y dejaron hacer facilitando así su propio ingreso en la guerra que hemos denominado la segunda mundial, lo acontecido en Francia no suena como que proviene de alguna celada aunque podía estar más que anunciada por diversos episodios y “anuncios” anteriores.
Tengo la impresión que las dos reacciones dominantes ante el asesinato a sangre fría de lo que resultaron doce vidas humanas (ahora trece, e incontables heridos) están siendo la condena desde la libertad de expresión, proverbialmente occidental, y la reacción de otros, que es difícil ubicar en la “izquierda” o en la “derecha” del tipo: ‘ustedes se lo buscaron, ahora aguanten’
Un tercer abordaje que compartimos con quienes nos excluimos a todo occidentalismo y a ejercer esa  cruel contabilidad, ve el cuadro de situación, aproximadamente así:
Europa Occidental, en el último siglo junto a su vástago EE.UU., ha regido el mundo desde los albores de la modernidad. Ha esquilmado al mundo desde entonces. Se ha aprovechado del mundo. Ha exterminado a buena parte de la población humana (y no humana) del mundo. Ha desquiciado las culturas ajenas a Europa Occidental. Ha universalizado su particular enfoque acerca del mundo. Ha creado una desigualdad tal que es imperioso hablar de (por lo menos) dos humanidades; la de los amos y la de los esclavos;  la de los hombres plenos  y los en proceso de humanización; la de los europeos y la de “los otros”; la de hombres libres y hombres libres en formación…
Todo ese indescriptible despojo de todos los continentes ha generado, claro, resistencias y resentimientos. Odios y deseos de venganza. Sentimientos de inferioridad y de exaltación. Pensemos en afros aplastando sus “motas”, en  “indios” ocultando su origen…
A escala mundial, en el cambio del siglo XX al XXI tenemos un fenómeno similar al generado con la Paz de Versalles a comienzos del s XX (1919). El tratado que lleva ese nombre fue sencillamente el peso aplastante, el abuso de las potencias triunfantes, Francia e Inglaterra, sobre la postrada Alemania, a la que se le hizo pagar todos los gastos de la guerra y algunos más, futuros, como si Inglaterra y Francia hubiesen sido totalmente ajenas e inocentes frente a la pesadilla de la Gran Guerra, también bautizada IGM.
El resultado de la afrentosa Paz de Versalles fue para muchos, y cada vez para más analistas, el nazismo
El nazismo es inexcusable con su política archiautoritaria, racista, altamente despreciativa, fríamente asesina.
¿Qué nos dice esto? Que cuando un poder, aplastante, avasallador, genocida hace su “obra”, es difícil no esperar sino una respuesta igualmente injusta, arbitraria, afrentosa: ante políticas monstruosas, respuestas monstruosas
La reacción más habitual ante lo acaecido con  Charles Hebdo es la indignación que visualiza  correctamente el atroz e insensato acto, pero sin la menor consideración al peso del eurocentrismo: como que no quiere ver el daño que ha ido haciendo Europa en otras partes del mundo, en otras humanidades (porque la humanidad es una, pero ya dijimos funciona como si fueran dos o más…).
Porque lo europeo procura  verse a sí mismo como la medida del hombre. Aunque en términos racionales o filosóficos la intelectualidad europea atienda y hasta afirme las limitaciones de toda universalidad y la importancia del reconocimiento de las diversas culturas, en los hechos, y sobre todo, ante los ataques, reacciona volviendo a “lo europeo” como la medida de todas las cosas.
No se puede captar el humor jordano o musulmán con ojos franceses o parisinos. Por ejemplo.

Estamos como en una  verdadera tragedia griega.  Los pasos predeterminados. Los despojos y mutilaciones, culturales pero también físicos, de otrora estaban, están, incubando reacciones totalmente insensatas que no anulan ni corrigen el daño ni lo pasado sino que se traban, se espiralizan trágicamente con aquél.
EE.UU. a través de sus chirolitas RU y Francia desquició los regímenes libio y sirio. Libia, más aislado, no pudo aguantar lo que está aguantando Siria…
Nos dice Pérez Andújar (El País, Madrid) que  “los malos no ríen”, pero la risa de algunos humanos pueden  ser un insulto degradante, como el gorjeo de Hillary Clinton cuando se entera que a Muhammad Gadafi lo matan como a un perro, o a una rata, en unos caños de los suburbios de Sirte.
Para que la mezcla que dijimos se incube, adquiera la densidad atroz que generara el nazismo en su momento como hoy el ISIS y su violencia terrorista incluso en países occidentales, los vejados y destrozados de otrora tienen que tener un aparato ideológico, una concepción del mundo, un atributo de señorialidad, lo que muchas  veces se llama una potencialidad de amos, que habilita la reacción que venimos tratando de abordar.
No ha sido esa reacción que señalábamos entre alemanes y árabes lo que ha acontecido con tantos otros pueblos avasallados, como los nativoamericanos, las  naciones negras del África, los chinos, los palestinos (1)
El caso alemán es bastante prístino. Sintiéndose parte y fundamental del despegue europeo, por  peripecias en su unificación política “llegaron tarde al reparto” de bienes que los europeos en general tomaron para sí de todo el resto del mundo. La recientemente unificada Alemania (1870) carecía de su corte de esclavos, dependientes y proveedores.
Cuando la Paz de Versalles humilla a la sociedad alemana recibiendo el trato que las naciones imperiales europeas solían endosarle a las naciones “periféricas”, “renace” en el pueblo señorial avasallado el vejamen bajo la forma fanatizada y monstruosa del nazismo.
El mundo árabe ha sido descuartizado, atomizado, cooptados sus jeques más corruptos, desfibrado por el peso de la modernidad capitalista eurocentrada, y tanto avasallamiento ha ido marcando a muchísimos sectores de poblaciones árabes que se sienten injustamente tratados, puesto que imaginaban ser tratados de igual a igual y han sido sistemáticamente tratados como civilizatoriamente inmaduros, como tecnológicamente retrasados, como irremisiblemente dependientes.
Eso ha ido gestando un enorme resentimiento. Que la mirada europea no atiende ni le interesa entender.
La visión, real o imaginaria, poco importa, de un pasado “de primera” del mundo árabe impele a muchos árabes a no tolerar la minoridad más o menos perpetua que el eurocentrismo le asigna. Lo que se llama una verdadera falta de diálogo.
Hay árabes que han dicho basta. Como estamos viendo, con Osama, con el Ejército Islámico. Es decir, mal. Sacando lo peor de sí. Devolviendo mal por mal.
(1) Los palestinos forman parte del universo árabe y grosso modo islámico, pero no constituyeron parte de las élites árabes desplazadas por los avances europeos; los palestinos actuaron durante décadas ensayando suaves mecanismos de defensa contra el intrusismo sistemático del sionismo,  sin tomar conciencia de la gravedad de la penetración sionista que decidió un verdadero etnocidio contra la población palestina desde los albores del s. XX. Ante ese derrumbe de la sociedad propia, como en el caso de muchas etnias que llamamos ahora amerindias, sobrevinieron explosiones  de resistencia, callejera y violenta, que en el s XX conoció la de mayor envergadura en 1936 y que ha persistido en nuestro presente como intifadas, de 1987, del 2000