IMMANUEL WALLERSTEIN
Al persistente nuevo levantamiento en Turquía le siguió uno aún
más grande en Brasil, que a su vez fue seguido por otro menos difundido,
pero no menos real, en Bulgaria. Por supuesto, no fueron los primeros,
sino meramente los más recientes en una serie en verdad mundial de tales
levantamientos en los últimos años.
Hay
muchas formas de analizar este fenómeno. Los veo como un proceso
continuado de lo que comenzó como la revolución-mundo de 1968.
Con toda seguridad, cada levantamiento es particular en sus detalles y en la compenetración interna de las fuerzas en cada país. Pero hay ciertas similitudes que deben apuntarse, si es que pretendemos hacer sentido de lo que está ocurriendo y decidir lo que deberíamos hacer todos nosotros comoindividuos y como grupos.
Con toda seguridad, cada levantamiento es particular en sus detalles y en la compenetración interna de las fuerzas en cada país. Pero hay ciertas similitudes que deben apuntarse, si es que pretendemos hacer sentido de lo que está ocurriendo y decidir lo que deberíamos hacer todos nosotros comoindividuos y como grupos.
El primer rasgo común es que todos los levantamientos tienden a
empezar con muy poco –un puñado de gente valerosa que se manifiesta en
torno a algo. Y luego, si prenden, lo cual es en gran medida
impredecible, se vuelven masivos.
De pronto no es sólo el gobierno que está bajo asedio sino, hasta cierto punto, el Estado como Estado. Estos levantamientos son una combinación de aquellos que llaman a remplazar al gobierno por uno mejor y aquellos que cuestionan la mera legitimidad del Estado. Ambos grupos invocan la democracia y los derechos humanos, aunque las definiciones que brinden de estos dos términos sean muy variadas. En general, la tonalidad de estos levantamientos comienza del lado izquierdo de la arena política.
De pronto no es sólo el gobierno que está bajo asedio sino, hasta cierto punto, el Estado como Estado. Estos levantamientos son una combinación de aquellos que llaman a remplazar al gobierno por uno mejor y aquellos que cuestionan la mera legitimidad del Estado. Ambos grupos invocan la democracia y los derechos humanos, aunque las definiciones que brinden de estos dos términos sean muy variadas. En general, la tonalidad de estos levantamientos comienza del lado izquierdo de la arena política.
Por supuesto, los gobiernos en el poder reaccionan. Cada uno
intenta reprimir el levantamiento o intenta apaciguarlo con algunas
concesiones, o intenta ambas respuestas. Con frecuencia la represión
resulta, pero en ocasiones es contraproducente para el gobierno en el
poder, y atrae más gente a las calles.
Las concesiones funcionan con frecuencia, pero algunas veces son
contraproducentes para el gobierno, y conducen a que la gente en la
calle escale sus demandas. Hablando en general, los gobiernos intentan
la represión más que las concesiones. Y, por lo general, la represión
tiende a funcionar en un relativamente corto plazo.
El segundo rasgo común de estos levantamientos es que ninguno
continúa a gran velocidad por demasiado tiempo. Quienes protestan se
rinden ante las medidas represivas. O se ven cooptados, hasta cierto
punto, por el gobierno. O los desgasta el enorme esfuerzo requerido para
las manifestaciones continuadas. Este desvanecimiento de las protestas
abiertas es absolutamente normal. Esto no indica el fracaso de las
mismas.
Ése es el tercer rasgo común de los levantamientos. Sea como sea
que llegue a su fin, nos brindan un legado. Han cambiado en algo la
política del país, y casi siempre para mejorar. Han puesto en la agenda
pública un asunto importante, como por ejemplo las desigualdades. O han
incrementado el sentido de dignidad de los estratos bajos de la
población. O han incrementado el escepticismo en torno a la verbosidad
con la que los gobiernos tienden a enmascarar sus políticas.
El cuarto rasgo común es que, en todos los levantamientos, muchos
de los que se unen, en especial si se unieron tarde, no lo hacen para
profundizar los objetivos iniciales, sino para pervertirlos o para
impulsar hacia el poder político a grupos de derecha, diferentes de
quienes están en el poder pero de ningún modo gente más democrática o
que impulse los derechos humanos.
El quinto rasgo común es que todos se ven embrollados en el
forcejeo geopolítico. Los gobiernos poderosos fuera del país en el que
ocurre el desasosiego trabajan duro, aunque no siempre con éxito, para
ayudar a que los grupos que le son favorables a sus intereses se hagan
del poder. Esto ocurre con tanta frecuencia que, por ahora, una de las
cuestiones inmediatas acerca de un levantamiento particular es siempre, o
debería ser siempre, cuáles serán las consecuencias para el
sistema-mundo como un todo. Esto es muy difícil, dado que las
consecuencias geopolíticas potenciales pueden conducir a que alguien
quiera ir en dirección opuesta a la inicial dirección antiautoritaria.
Finalmente, recordemos que en esto, como en todo lo que ocurre
ahora, estamos en medio de una transición estructural que va de una
economía-mundo capitalista que se desvanece a un nuevo tipo de sistema.
Pero ese nuevo tipo de sistema podría resultar mejor o peor. Ésa es la
real batalla en los próximos 20-40 años, y el cómo nos comportemos aquí,
allá o en todas partes deberá decidirse en función de esta importante
batalla política fundamental a nivel mundial.