sábado, 30 de julio de 2011

40 años después del asesinato de Hebert Nieto "el monje"

Hebert Nieto «el Monje»
Asesinado por el escuadron de la muerte el 24 de julio de 1971
en el Instituto de Enseñanza de la Construcción (IEC-UTU)
40 AÑOS DESPUÉS ¿QUIÉNES ESTÁN EN LA MIRA?
LOS MUERTOS DE AYER EN HOY

En mi jaula no ofendo ni temo
Un joven asesinado en una comisaría, en una manifestación, a la salida de un baile o de una cancha de fútbol. Doce asesinados en una cárcel, prendidos fuego. Casi todos muertos en «confusos episodios», en una sociedad violenta y en descomposición, bajo la responsabilidad de funcionarios a sueldo que reprimen con la impunidad que el circo les otorga para esos casos. Que cuentan con el aval político que la usanza burocrática —la institucionalidad— requiere para ese extremo.
Como en cualquier circo, no es necesaria ninguna defi nición democrática para cultivar el latigazo y el control de las fi eras más fi eras. El control es solo eso: control. Todos esos muertos sabían de antemuerte que el sistema es un circo que ama el control de sus fi eles animales tanto como dice amar la democracia.

Es gente joven, perturbadora. Es gente pobre y está enojada. Su culpa es subvertir las normas del circo-sistema que los parió y que ahora les tiene miedo, como el resto de esa sociedad de trapecistas, payasos y domadores. Ellos los quieren en sus jaulas, quietitos. Y si la cosa se desmadra —de ser necesario y por el bien del espectáculo— los quieren bien muertos.
Las víctimas son los elegidos. Son Hebert Nieto «el Monje», muerto hace cuarenta años. También son otros, son muchos más, muertos mucho antes. Son los que restan por morir, y son tantos.
La muerte de un obrero, de un estudiante, de un desempleado, de un asaltante, de un marginado, de un militante, remueve asuntos que nos perturban hoy tanto como ayer: el sistema de justicia frente a la libertad individual de las personas, enfrentadas a su vez a la arbitrariedad de un medio que no les permite ser siquiera individuos. Animales en un circo, que deben ceñirse al amaestramiento al que fueron sometidos.
El caso de cualquier adolescente encarcelado, torturado, golpeado, asesinado, revela, en los más descarnados términos, que las nobles palabras inscritas en los frontispicios de nuestras cortes y juzgados: «Todos iguales ante la Ley», fueron, son y seguirán siendo una falsedad.
Aunque la injusticia se siga jugando hoy de maneras más sutiles e intrincadas que en las circunstancias que rodearon el asesinato del «Monje», aunque los dueños del circo sean otros fulanos, su esencia permanece incólume. Así como el mensaje que, entre tanta desolación, guarda la ofrenda de todas esas vidas.

«A nosotros no nos dan miedo las ruinas, porque
llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones; y ese
mundo está creciendo en este instante».
Buenaventura Durruti 1896 - 1936

Ateneo Heber Nieto - ateneohn@gmail.com