miércoles, 16 de noviembre de 2011

Relaciones entre fascismo y microfascismo

Deleuze & Guattari

Viernes 7 de enero de 2005, por ediciones simbioticas

El concepto de Estado totalitario sólo tiene valor a escala macropolítica para una
segmentaridad dura y para un modo especial de totalización y de centralización. Pero el
fascismo es inseparable de núcleos moleculares, que pululan y saltan de un punto a otro,
en interacción, antes de resonar todos juntos en el Estado nacionalsocialista. Fascismo
rural y fascismo de ciudad o de barrio, joven fascismo y fascismo de ex combatiente,
fascismo de izquierda y de derecha, de pareja, de familia, de escuela o de despacho:
cada fascismo se define por un microagujero negro, que vale por sí mismo y comunica
con los otros antes de resonar en un gran agujero negro central generalizado. Hay
fascismo cuando una máquina de guerra se instala en cada agujero, en cada nicho.
Incluso cuando el Estado nacionalsocialista se instale, tendrá necesidad de la persistencia
de esos microfascismos que le proporcionan un medio de acción incomparable sobre
las “masas”.

Daniel Guérin tiene razón cuando dice que si Hitler conquistó el poder, más bien el Estado
mayor alemán, fue porque disponía previamente de microorganizaciones que le
proporcionaban “un medio incomparable, irreemplazable, para penetrar en todas las
células de la sociedad”, segmentaridad flexible y molecular, flujos capaces de impregnar
cada tipo de células. Y a la inversa, si el capitalismo ha acabado por considerar la
experiencia fascista como catastrófica, si ha preferido aliarse con el totalitarismo
estalinista, mucho más sabio y tratable a su gusto, es porque éste tenía una
segmentaridad y una centralización más clásicas y menos fluentes. Si el fascismo es
peligroso se debe a su potencia micropolítica o molecular, puesto que es un movimiento
de masa: un cuerpo canceroso, más bien que un organismo totalitario. El cine americano
ha mostrado a menudo esos núcleos moleculares, fascismo de banda, de gang, de secta,
de familia, de pueblo, de barrio, de automóvil, y del que no se libra nadie. Nada mejor que
el microfascismo para dar una respuesta a la pregunta global: ¿por qué el deseo desea su
propia represión, cómo puede desear su represión? Por supuesto, las masas no sufren
pasivamente el dolor; tampoco “quieren” ser reprimidas en una especie de histeria
masoquista; ni tampoco son engañadas, por un señuelo ideológico. Pero, el deseo

siempre es inseparable de agenciamientos complejos que pasan necesariamente por
niveles moleculares, microformaciones que ya moldean las posturas, las actitudes, las
percepciones, las anticipaciones, las semióticas, etc. El deseo nunca es una energía
pulsional indiferenciada, sino que es el resultado de un montaje elaborado, de un
engineering de altas interacciones: toda una segmentaridad flexible relacionada con
energías moleculares y que eventualmente determina el deseo a ser ya fascista. Las
organizaciones de izquierda no son las últimas en segregar sus microfascismos. Es muy
fácil ser antifascista al nivel molar, sin ver el fascista que uno mismo es, que uno mismo
cultiva y alimenta, mima, con moléculas personales y colectivas.

(Mil Mesetas, Deleuze & Guattari, Pre-Textos, 2002, p. 219).